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Acercóse más y pudo percibir el grito bronco del suegro de Frasquito. ¿Estoy yo borracho? ¿Hablo cosas formales? ¿He faltado á alguno?... El sereno pretendía arrestarlos, lo mismo á él que al viejo Cardenal, por escandalosos. El maestro carpintero se defendía gritando como un energúmeno, con lo cual dicho se está que empeoraba la situación.

¿Conocía don Jaime al Cantó, un atlot malucho del pecho, que no trabajaba y pasaba los días tendido a la sombra de los árboles, golpeando el tamboril y mascullando versos?... Era un blanco cordero, una gallina, con ojos y piel de mujer, incapaz de hacer frente a nadie. También éste pretendía a Margalida; pero el Capellanet juraba meterle el tamboril por el cogote antes que aceptarlo como cuñado...

Vio un hombre que retenía a otro más pequeño, y en la mano de este último un relámpago blanco, tal vez un cuchillo, con el que pretendía rematar al monstruo pataleante. No vio más. Sintió que unos brazos suaves, de fina epidermis y dulce calor, le cogían la cabeza. Una voz, la misma de antes, trémula y llorosa, sonó en sus oídos: ¡Don ChaumeAy, don Chaume!...

Contestó con un movimiento de cabeza afirmativo, y Robledo hizo un gesto de invitación que pretendía decirle: «¿Quiere usted que nos vayamos?...» Pero los ojos melancólicos del desconocido parecieron contestar: «Si yo pudiese marcharme... ¡qué felicidad!» ¿Es usted de la casa? preguntó al fin Robledo.

El notario, que llevaba largos años de amistad con Labarta, pretendía dirigirle con su espíritu práctico, siendo el lazarillo de un genio ciego. Una renta modesta heredada de sus padres bastaba al poeta para vivir. En vano le proporcionó su amigo pleitos que representaban enormes cuentas de honorarios.

La verdad..., yo no sabía qué decir cuando me hablaban de esto. Aseguraban unos que Antoñuelo es el novio, o sabe Dios qué, de la Juanita, y le endosaban a usted a la Juana. Otros afirmaban que usted pretendía a Juanita; pero entonces, ¿en qué se empleaba, qué papel hacía el celebérrimo Antoñuelo? ¿Eran ustedes rivales?

En vano Cupido pretendía distraerla haciendo chistes sobre la inundación. Mira, tía, este caballero es el hijo de tu amiga doña Bernarda. Ha venido embarcado para prestarnos auxilio. Es muy bueno, ¿verdad? La vieja parecía imbécil por el terror. Miraba con ojos sin expresión a los recién llegados, como si hubieran estado allí toda su vida. Por fin pareció enterarse de lo que le decían.

Así el Piamonte, vencido y ruinosamente multado, después de Novara, ha venido á lograr lo que en balde se pretendía desde hace siglos: la unidad de Italia, sólo momentáneamente lograda bajo el cetro del rey bárbaro Teodorico.

Cervantes, como hemos visto más arriba, pretendía ser el autor de esta novedad; mas para que hablase con razón, era preciso que lo hubiese hecho lo más pronto en la época de Virués, ó lo que es lo mismo, no antes de 1585. Comedias de Lope de Vega, tomo XIV: Madrid, 1620.

Aresti tuteaba al ingeniero, sin conseguir que éste le tratase con igual confianza, pues el doctor le inspiraba cierto respeto, á pesar de su carácter comunicativo. Los escudriñadores ojos de Aresti, habituados al examen rápido de todo cuanto le rodeaba, iban rectos á aquella carta que Sanabre pretendía ocultar. Eso no será ningún trabajo de ingeniería dijo en voz baja y con sonrisa burlona.