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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Mesía, Paco Vegallana y Joaquín Orgaz acompañaron a don Pompeyo a su casa. Era una mañana de Junio alegre, tibia, sonrosada. El sol anunciaba sus rayos en los colores vivos de las nubes de Oriente. Los pasos de los trasnochadores retumbaban en las calles de la Encimada como si anduvieran sobre una caja sonora. Aunque no hacía frío, todos habían levantado el cuello de la levita o lo que fuese.
No le agradaba verle cada vez más enfrascado en el aguardiente y el cognac; pero don Santos si no bebía no daba pie con bola, no entendía palabra de lugares teológicos. Había que dejarle beber. A las diez y media de la noche salían juntos; don Pompeyo daba el brazo a don Santos y le acompañaba hasta dejarle bastante lejos del café, porque si no se volvía solo.
Que llamasen a Somoza». Somoza dijo que aquello no era nada. Ocho días después propuso a la señora de Guimarán el arduo problema de lo que allí se llamaba «la preparación del enfermo». «Había que prepararle», ¿a qué? «A bien morir». De las cuatro hijas de don Pompeyo dos se desmayaron en compañía de su madre al oír la noticia.
Mesía al fin, cansado, y algo arrepentido de haber hablado tanto, puso término a sus confesiones, y volviéndose a don Pompeyo le invitó a usar de la palabra.
Con esto el P. Orozco ordenó al P. Arce que fuese en busca del origen del río Paraguay explorando en el ínterin las voluntades de los Chiquitos y de las otras naciones que hallase dispuestas á recibir el Santo Bautismo, y que á lo largo de la costa de aquel río esperase á los Padres Constantino Díaz, natural de Ruinas, en Cerdeña; Juan María Pompeyo, de Benevento, en el reino de Nápoles, Diego Claret, de Namur, en la Galo-Bélgica; Juan Bautista Neuman, de Viena, en Austria; Enrique Cordule, de Praga, en Bohemia; Felipe Suárez, de Almagro, en la Mancha, y Pedro Lascamburu, superior de todos, de Irún, en Guipúzcoa; todos los cuales, saliendo de las Misiones de los Guaraníes, emprendían por agua el camino hacia el lago de los Xarayes para ser sus compañeros en la conversión de aquellos pueblos.
Paco el Marquesito, que como buen aristócrata se creía obligado a ser religioso en la forma por lo menos, se opuso al principio a los proyectos de Foja y Orgaz, pero considerando que su amigo, su ídolo Mesía deseaba tener allí al otro para que le ayudara a desacreditar al Provisor, y considerando que iban a divertirse de veras en el gaudeamus de la noche, falló que debía ayudar y ayudaba a los enemigos del Magistral y se agregó a la comisión que fue a buscar a don Pompeyo.
D. Pompeyo Gener, y para los cuales sospecho que se escribirán esas novelas del porvenir de que nos habla el Sr. Reyles, empleándose en escribirlas el nuevo arte poético recién inventado y que es tan exquisito y tan profundo. Sobre todo ello hablaremos en artículo aparte, por ser ya muy largo el presente.
Frígilis mientras don Pompeyo afirmaba estas cosas, le miraba sonriendo con benevolencia; y con un poco de burla, en que había algo de caridad, le decía: «¿Pero, señor Guimarán, tan seguro está usted de que no hay Dios?». «¡Sí, señor mío! ¡mis principios son fijos! ¡fijos! ¿entiende usted?
Muéveme a decir esto la lectura de un libro reciente titulado Inducciones, debido al notable y cultivadísimo ingenio y al elocuente entusiasmo del Sr. D. Pompeyo Gener. Mucho me complace coincidir con autor tan entendido en tener el mismo concepto de la filosofía.
¡Muerte gloriosa! decía don Pompeyo al oído de cualquier enemigo del Provisor que venía a compadecerse a última hora de la miseria de Barinaga . «¡Muerte gloriosa! ¡Qué energía! ¡Qué tesón! Ni la muerte de Sócrates... porque a Sócrates nadie le mandó confesarse».
Palabra del Dia
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