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Actualizado: 13 de julio de 2025


El padre, la madre, miss Mary, los chicos, todos saltaron de la cama y acudieron... El padre fue quien levantó en los brazos el precioso saquito de huesos... Ramón corrió a llamar al médico... Y el médico de los anteojos de oro vino, y dijo que la niña estaba muerta. Es una felicidad para ella, la pobrecita agregó con voz grave. Y hasta una liberación para sus padres.

La pobrecita no atribuyó, como era justo, su fracaso a la debilidad de estómago, sino a falta de virtud, y se aplicó con creciente afán a mejorar su vida. Genoveva era en todos esos ejercicios de piedad, más bien compañera y confidente íntimo que su doncella.

Rosalía hablaba; ¿pero quién, sino el mismo Pez, podría recoger sus palabras, impregnadas de un cierto desconsuelo y melancolía dulce? La pobrecita no podía lucir nada, porque su marido... Ante todo, no se cansaría de repetir que era un ángel, un ser de perfección... Pero esto no quitaba que fuera muy tacaño y que la tuviese sujeta a un mal traer, deslucida y olvidada.

La pobrecita continuó Isidro siente por las mañanas el amor de la familia y va en busca de su padre.

Ella, ¡pobrecita! había sido, como su padre, la inocente víctima del ingenioso aventurero Dawson y del joven bribón y sin escrúpulos que había sido su instrumento, los cuales la habían persuadido, por medio de engaños y de amenazas, a que consintiera en ese fatal casamiento, con el fin de poseer, después, toda la enorme fortuna de Blair.

La pobrecita estaba tan turbada que no acertó a contestar derechamente a lo que le dijiste. Indudablemente te conserva un noble y fraternal afecto; pero nada más. ¿No lo comprendiste? ¿No se ofreció a tus ojos o a tus oídos algún dato para conocer que ya Inés no te ama?

Quiso mover otra vez su cabeza negativamente y parpadeó con una expresión angustiosa, pretendiendo defenderse y teniendo al mismo tiempo la certidumbre de que le sería imposible. «¡Pobrecita Flor de Río Negro!», pensó. Los brazos que rodeaban su cuello le oprimieron dulcemente y tiraron de su cabeza, inclinándola poco á poco hacia el rostro femenil que avanzaba unos labios ávidos y audaces.

Le hizo mamá comprender que era una locura, un pecado... Pero después... después... cuando supo el suicidio de tu papá, ella murió a los pocos meses... ¡Pobrecita mamá! ¡Pobrecita mamá! Por favor, Carmen, no les digas que te he preguntado. ¡Cómo te imaginas! Y nunca más hablaron de ello. Aquella noche, antes de acostarse, Adriana apagó la luz en su habitación y se dirigió a la sala.

Siempre, en tales ocasiones, las dos terribles mujeres se burlaban de su angustia, y la escena terminaba con el mote convenido. La santa... es la santa.... ¡pobrecita!... Ella, entonces, erguía su corazón acobardado para decirle a Dios en íntima plegaria: ¡Y bien, Señor, yo quiero ser santa; es preciso que lo sea...; hazme santa, Dios mío..., hazme santa de veras!

Bien..., bien..., bien... La pobrecita se encuentra tranquila... Yo creo que el recibir a su Divina Majestad le vendrá bien, lo mismo para el alma que para el cuerpo. Es verdad..., tiene usted razón, señor cura dijeron algunas señoras. He visto en mi familia un caso muy notable de lo que puede la fe manifestó una de ellas . Mi tío Pepe se encontraba enfermo del pecho; tísico confirmado.

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