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Actualizado: 13 de julio de 2025
Por fin, se hizo lo que Ballester deseaba; Maxi se vistió y salieron. En el pasillo, Segismundo comunicó su pensamiento a doña Lupe: «Mire usted, señora, yo tengo que ir al cementerio a ver la lápida que he hecho poner en la sepultura de esa pobrecita. La costeo yo; he querido darme esa satisfacción... una lápida preciosa, con el nombre de la difunta y una corona de rosas...».
Alcaparrón hablaba con cierto orgullo de sus primas, pero lamentando de paso la diversa suerte de familia. ¡Ellas hechas unas reinas y él con su pobre mare, sus hermanos pequeños, y Mari-Cruz, su pobrecita prima, siempre enferma, ganando dos reales en el cortijo! ¡y muchas gracias que les daban trabajo todos los años sabiendo que eran buenos!... Sus primas eran unas descastás que no escribían a la familia, que no la enviaban ni esto.
Las inequívocas adivinaciones del corazón humano decíanle que la desagradable historia del Pitusín era cierta. Hay cosas que forzosamente son ciertas, sobre todo siendo cosas malas. ¡Entrole de improviso a la pobrecita esposa una rabia...! Era como la cólera de las palomas cuando se ponen a pelear.
¿Dónde estás, Egan-suguia? dijo Mary . Ven, que queremos hablarte y darte las gracias porque nos prestas tu casa. ¡No aparece! Estará haciendo algún recado repliqué yo . Quizá se haya perdido por el monte o ande buscando un paraguas por las calles de Lúzaro. ¡Pobrecita! ¡En una cueva así debe tener mucho frío! Yo no creo que esa Egan-suguia sea tan mala como dicen.
Los huéspedes se levantaron, y todos se pusieron en movimiento para socorrerme. Matildita se hizo merecedora de mi gratitud eterna por la actividad prodigiosa que desplegó en atenderme, a pesar de hallarse la pobrecita muy asustada. Antes que el médico forense y los otros que, por diferentes conductos, habían sido llamados, vino el juez a tomarme declaración.
El no necesitaba probar su coraje. Si vivía era de milagro, gracias a celestiales intervenciones, a que Dios es bueno, y a las oraciones de su madre y la pobrecita de su mujer. Había visto la cara seca de la Muerte como pocos la ven, y sabía mejor que nadie lo que vale el vivir. ¡Si creéis que vais a tomame er pelo! decía mentalmente mientras contemplaba a la muchedumbre.
A la tercera vez ésta se hizo cargo de lo que aquello significaba, y exclamó mirándola con ojos risueños y compasivos: ¡Pobrecita! ¡Pobrecita mía! Cecilia se tapó los suyos con las manos y estuvo así un rato. ¿Qué tienes? le dijo al fin doña Paula. Nada, nada. Pero continuó cubriéndose los ojos. Vamos, ¿qué tienes, hija mía? No tengo nada contestó destapándose al fin.
Los reumatismos tienen al fin la razón sobre la voluntad; y como era, según ese espléndido Montifiori, una verdadera crueldad, privar por un dolor insignificante de cintura de su yerno, a la pobrecita Blanca, de una noche de ópera, el buen viejo don Ramón, convencido al fin de toda la impertinencia de su enfermedad y de las excelentes razones de su magnífico suegro, se quedaba en su casa con bebé mientras su linda mujercita resistía en Colón la carga de los más peligrosos anteojos de la temporada.
La pobrecita Condesa no le había dado ninguno durante ocho años de matrimonio. Aquella señora era una santa; muy sufrida, muy prudente y muy buena cristiana. Doña Luz empezó a dar visibles muestras de interesarse en la narración. Don Gregorio siguió diciendo: La Condesa aportó al matrimonio cuantiosos bienes.
Te advierto todo esto por si puedes hacer algo por esa pobrecita, que será capaz de entregarse atada de pies y manos al bribón de su marido, si no hay alguien que la aconseje. Si sirvo yo para algo, incluso para romperle un esternón a Jacobito...».
Palabra del Dia
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