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Fermín se asombraba ante la incoherencia de aquel hombre, experto en los negocios, que hacía marchar la gran explotación industrial heredada de sus antecesores, agrandándola con certeras iniciativas, que había viajado y tenía alguna cultura, y, sin embargo, era capaz de las mayores extravagancias milagreras, creyendo en intervenciones sobrenaturales, con la misma simpleza de alma de un lego de convento.

Con el americano se arregló, propinándole una estocada leve; ¡pobre muchacho! ¡qué gran servicio le había prestado sin saberlo! y de Ernestina se separó sin escándalo, sin intervenciones judiciales. Ella con sus parientes, con quien le diese la gana, y él otra vez a su cuarto de soltero, como si nada hubiese pasado y sus dos años de matrimonio fuesen un largo viaje por el país de las quimeras.

La guerra era otro objeto de conversación durante las tardes pasadas en el estudio. Argensola ya no llevaba los bolsillos repletos de impresos, como al principio de las hostilidades. Una calma resignada y serena había sucedido á la excitación del primer momento, cuando las gentes esperaban intervenciones extraordinarias y maravillosas. Todos los periódicos decían lo mismo.

Este entrometimiento tiene también un calificativo popular: «hacer el gancho» o «servir de gancho» para que una pareja determinada concierte su unión. Por regla general es más frecuente la tendencia casamentera entre las señoras que entre los hombres. Este género de intervenciones se aviene mejor con el espíritu de la mujer.

Desde el principio de la guerra, la gran masa, que cree en los vaticinios misteriosos y las intervenciones sobrenaturales, tenía siempre un pueblo favorito, un pueblo de moda, en el que concentraba sus esperanzas. Primeramente había sido Rusia, con sus millones y millones de hombres, el «rodillo» compresor ruso, que no tenía mas que ir avanzando para laminar á Alemania. ¡Pobre rodillo!

El no necesitaba probar su coraje. Si vivía era de milagro, gracias a celestiales intervenciones, a que Dios es bueno, y a las oraciones de su madre y la pobrecita de su mujer. Había visto la cara seca de la Muerte como pocos la ven, y sabía mejor que nadie lo que vale el vivir. ¡Si creéis que vais a tomame er pelo! decía mentalmente mientras contemplaba a la muchedumbre.

Había que estar bien con el poderoso señor, y rezó fervorosamente varios padrenuestros de pie ante la imagen, reflejándose los cirios como estrellas rojas en las córneas de sus ojos africanos. Un movimiento de las mujeres arrodilladas delante de él distrajo su atención, ávida de intervenciones sobrenaturales para su vida en peligro.