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Actualizado: 16 de junio de 2025
No sólo hizo esto, sino que también, sin dar parte a su hermana, fué a la contaduría del teatro Real y tomó un abono de butaca cerca de la platea de Osorio, en el mismo turno. La intimidad creció pronto entre ellos, gracias a los esfuerzos de Raimundo. Porque su hermana, aunque elogiaba también la amabilidad de su nueva amiga, oponía una resistencia sorda y pasiva a frecuentar su trato.
Salió de la platea, y echando escaleras arriba, medio derribó a un chico, pisó a una señora y tropezó con un caballero, a quien tiró el cigarro. Le pareció oír insultos a su espalda, pero no hizo caso. El corazón le latía como a chico en examen.
Levantaba cautelosamente la cortina para echar los gemelos a la generala, que estaba en un palco platea, más hermosa que nunca, relampagueando como escaparate de joyería: tornaba al foyer; daba tres o cuatro paseítos, se tiraba por el bigote hasta arancárselo; volvía a la puerta de la sala, se arreglaba el cuello de la camisa, echaba una mirada a la solapa del frac, donde artísticamente estaba colocada la camelia, y otra a la mano de la generala donde brillaban una blanca y otra encarnada; pero no acababa de decidirse.
Inquieta y parlanchina, mantenía un verdadero telégrafo de saludos con todo el teatro; con los palcos, con la cazuela, con la platea; a todos conocía, a todos saludaba francachonamente con el abanico.
Había bajado a la calle, cuando advirtió el olvido de los guantes y el pañuelo. Después, cuando entró en la platea, tuvo conciencia tardía de que dos minutos antes, frente a la ancha escalera iluminada, se había cruzado distraído con un grupo de señoras y que una de ellas le había mirado sonriendo, para saludarle. "Bah, no tiene importancia", se dijo.
El palco de Vegallana era una platea contigua a la del proscenio, que en Vetusta llamaban bolsa, porque la separa un tabique de las otras y queda aparte, algo escondida. La bolsa de enfrente izquierda del actor , era la de Mesía y otros elegantes del Casino; algunos banqueros, un título y dos americanos, de los cuales el principal era D. Frutos Redondo, sin duda alguna.
Por cierto que un periódico que á poco se publicó, llamado La Platea, apareció llevando en la portada una vista de la sala del coliseo grabada en madera, que, aunque de tosco dibujo, da idea de cómo estaba en sus comienzos el interior del teatro, con su gran lucerna de aceite pendiente del techo, sus anchas lunetas, su tertulia de señoras y su telón primitivo, pintado por D. Antonio Cabral Bejarano.
Este creyó que la grave carita enrojecida de Raquel era un reproche a la inoportunidad de pararse a conversar con ellas, y se retiró en seguida. Al llegar al segundo entreacto iba a marcharse, descorazonado, cuando saliendo de la platea se dio de manos a boca con Castilla. Este le abrió los brazos con alegría, sin dejarle ir. Tengo que darte una explicación, le dijo, y pedirte otra.
Por entre el follaje se alcanza a ver el disco de la luna, cuya luz pálida platea las cumbres de los cerros lejanos, y produce un temblorcito... ¿está usted?, un temblorcito sobre la superficie... ¡Oh!, sí... del agua. Comprendido, comprendido. ¡Lo que a usted se le ocurre...! Pues bien, señora, para este bonito efecto me harían falta algunas canas.
¡Y sobre todo las mujeres! Muchas veces en el teatro, cuando todo el público fijaba la atención en el escenario, un espectador, Ronzal, desde la platea del proscenio clavaba la mirada en el elegante Mesía, aquel gallo rubio, pálido, de ojos pardos, fríos casi siempre, pero candentes para dar hechizos a una mujer.
Palabra del Dia
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