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En vez del rostro pálido y descompuesto que pensaba hallar, pudo observar la fisonomía más plácida y feliz que jamás había visto en su vida. En la mirada que el excusador le dirigió, después de encender, brillaba una alegría tan pura como si hubiese venido a noticiarle que le habían hecho obispo. El juez dio un paso atrás y le clavó los ojos con desconfianza.

Conocíase por el repentino aumento de las llamas, que iluminaban de pronto los mohínos rostros de los marineros, agrupados en derredor de la chimenea contemplando el fuego con esa plácida expresión que da el hábito de las hermosas perspectivas y de los horizontes inmensos. También, a veces, quejábase Palombo con dulzura.

Tal vez por esto, en los momentos difíciles, Torrebianca se acordaba siempre de su amigo. ¡Intrépido y simpático Robledo!... Las pasiones amorosas no le hacían perder su plácida serenidad de hombre equilibrado. Sus dos aficiones predominantes en el período de la juventud habían sido la buena mesa y la guitarra.

Orgullo y alegría inundaron el alma de la atrevida mujer al mirar en su propia mano la representación visible de Dios... ¡Cómo brillaban los rayos de oro que circundan el viril, y qué misteriosa y plácida majestad la de la hostia purísima, guardada tras el cristal, blanca, divina y con todo el aquel de persona, sin ser más que una sustancia de delicado pan!

La que despertó en mi alma eso sentimiento, es ahora esposa y madre; es feliz, y su felicidad me tiene contento y satisfecho. Acepta el amor que te ofrezco, Angelina; noble, sencillo, puro, ese amor renueva en la plácida ilusión de los quince años, tímida flor de pélalos embalsamados que se abre al rayo apacible de tus miradas, regada con el llanto de tempranos infortunios. ¿Eres desgraciada?

Al despertar todas las mañanas se sorprendía Anita con una sonrisa en el alma y una plácida pereza en el cuerpo. Las tías le permitían levantarse tarde, y gozaba con delicia de aquellas horas. Para ella su lecho no estaba ya en aquel caserón de sus mayores, ni en Vetusta, ni en la tierra; estaba flotando en el aire, no sabía dónde.

En una tarde plácida y serena de las postrimerías del invierno, María se hallaba en su cuarto haciendo oración, postrada ante la imagen de Jesús. Todas las ventanas estaban abiertas para recoger la luz que ya se iba escapando lentamente.

Ella le reconoció á su vez, y este descubrimiento la hizo detenerse junto á una bocacalle, dudando entre seguir adelante ó huir hacia el interior de Nápoles. Luego pasó á la acera del mar, avanzando hacia Ferragut con plácida sonrisa, saludándolo de lejos como á un amigo cuya presencia nada tiene de extraordinaria. Esta seguridad desconcertó al capitán.

A todas estas el cajón del dinero no se abría ni una sola vez, y a la vara de medir, sumida en plácida quietud, le faltaba poco para reverdecer y echar flores como la vara de San José. Y como pasaban meses y meses sin que se renovase el género, y allí no había más que maulas y vejeces, el trueno fue gordo y repentino.

Después de oprimir entre sus brazos los músculos del Apolo ruso, blancos y fuertes, necesitaba quemarse en la llama inmortal que tiembla sobre la frente del Arte, y adoró al músico famoso. Ella, tan solicitada, descendió por primera vez de su altura para buscar al hombre, y con sus insinuaciones amorosas turbó la plácida calma de aquel artista, embebido en el culto del sublime maestro.