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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Otra novedad conoció el vecindario de la Presa con la instalación de Elena en la casa del contratista. El salón de Pirovani tenía un piano de media cola, que había permanecido cerrado hasta entonces. Lo compró el italiano en Buenos Aires por complacer á un compatriota suyo, dueño de un almacén de instrumentos de música.
Pirovani le entregó un puñado de billetes de Banco para los gastos de viaje y le dijo adiós, volviendo la espalda con la gallardía de un general que acaba de dictar la orden decisiva del triunfo. Bajó el Fraile los escalones, frunciendo su entrecejo con expresión pensativa: «Debe ser un pedido de herramientas muy urgentes para el trabajo... También es posible que me envíe por dinero...»
Luego venía Moreno, mostrando cierta turbación emotiva al saludar á Elena, enredándose la lengua y pronunciando balbuceos, en vez de palabras. Finalmente llegaba Pirovani, con un traje nuevo cada dos noches y llevando algún obsequio á la señora de la casa.
Pirovani, que vacilaba hasta poco antes por creer disparatado el reto de Canterac, se levantó de su sillón con aire resuelto. Entonces dijo , si á usted le parece bien, no hay más que hablar. Me batiré con el francés y me batiré si es preciso con medio mundo, para que usted se convenza de que soy digno de su estimación.
Estaba el oficinista leyendo una novela junto á su ventana, y al ver á Canterac se acodó en el alféizar para hablarle de los trabajos realizados. Hay cerca de doscientos hombres y cuarenta carretas que ganan plata en lo del parque. El ingeniero, siempre á caballo, escuchó las explicaciones que le fué dando Moreno desde su ventana. Le he quitado estos hombres á Pirovani ofreciéndoles doble jornal.
Sin embargo, aún insistió en sus negativas, y Elena añadió para convencerle: Comprendo tus escrúpulos, si la casa fuese regalada; pero es simplemente alquilada. Así se lo he dicho á Pirovani. Tú le pagarás el alquiler cuando la empresa dirigida por Robledo retribuya tus trabajos. El marqués lo aceptó todo al fin, con un gesto de resignación.
Se sorprendió un poco el español al ver entrar á Torrebianca vestido con un traje negro de ciudad y una corbata de luto, pero todo cubierto de polvo, de tal modo que sus ropas parecían grises y su cabeza y sus bigotes completamente blancos. Vengo de Fuerte Sarmiento, de enterrar al pobre Pirovani... Me ha traído Moreno en su coche. Le invitó Robledo á sentarse á la mesa.
Enumeraban los regalos del contratista Pirovani, tan regateador y duro para los trabajadores. Todos los días de tren le llegaban á la marquesa paquetes de Buenos Aires ó Bahía Blanca, pagados por el italiano. Además, un carro con tonel no hacía otro trabajo que llevar agua del río á la casa. Aquella señorona necesitaba bañarse cada veinticuatro horas. Eso no es natural.
Hoy, mientras enterraban al infeliz Pirovani, no pensaba en otra cosa. «Es preciso que vea á Robledo. El me dirá lo que debo creer de todo esto...» Pero aún no te he dicho que «todo esto» es lo que noto en torno de mí desde ayer, las miradas de la gente, los gestos de antipatía, las palabrotas que creo adivinar y que después me resisto á haber adivinado... ¡Ay! ¡Es tan horrible todo eso!
Saludo á los hombres con varonil altivez y se inclinó ante la «señora marquesa», besándole una mano. Los ojos de ella brillaron con una sorpresa irónica. Todo lo de Pirovani la hacía sonreir. Pero acabó por agradecer esta transformación realizada en su honor, y acogió al contratista con grandes muestras de afecto, haciéndole sentar á su lado.
Palabra del Dia
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