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Actualizado: 21 de junio de 2025


Parpadeó Moreno para expresar el asombro que le producían tales condiciones, y quiso negarse á admitirlas; pero se acordó de una segunda conversación que había tenido con Pirovani aquella mañana, antes de ir á la estancia de Rojas. Parecía transfigurado el italiano por un entusiasmo belicoso.

Ya no quiso separarse de la dueña de la casa, iniciando una conversación aparte, que pareció indignar á Pirovani. Al fin éste se levantó de su silla, necesitando protestar de tan descomedido acaparamiento, y dijo á Robledo: ¡Ha visto usted cómo viene vestido ese muerto de hambre!... No habían terminado aún las sorpresas de aquella noche: faltaba la más extraordinaria.

En realidad sólo podía ser vista por dos de los cuatro policías de la Presa que había colocado don Roque cerca de la casa, para evitar que se reuniesen grupos, como el día anterior. La gente parecía haber olvidado por el momento la antigua vivienda de Pirovani. Nadie se detenía ante ella y resultaba inútil la precaución del comisario.

Llegó á caballo, adivinando que el aviso del patrón debía ser para un viaje largo. Desmontó, y Pirovani fué á su encuentro, dándole palmaditas en la espalda para hacer patente de este modo la confianza afectuosa que ponía en él. Unas veces le llamaba «chileno» con tono cariñoso; otras, «roto», denominación irónica que se da á mismo el populacho de Chile.

Dejó á sus espaldas los numerosos peones de Pirovani, llegando al lugar donde sus propios obreros abrían los canales. Estos trabajadores no permanecían en perezoso descanso. Torrebianca los dirigía y vigilaba, dándoles ejemplo con su actividad. Al ver á Robledo lo llevó aparte, como si tuviera que comunicarle una mala noticia.

Parecía que esperase desde mucho antes esta proposición, como si ella misma se la hubiese sugerido lentamente al contratista. Pero no por ello dejó de hacer gestos de protesta, al mismo tiempo que sonreía y acariciaba con sus ojos á Pirovani. Finalmente pareció ablandarse, y prometió que estudiaría la proposición, consultando á su esposo antes de decidirse.

En este paseo podría apreciar Elena su importancia de primer jefe del campamento, viendo además cómo era obedecido por centenares de hombres. Ella y el francés hacían trotar sus cabalgaduras á la cabeza del grupo. Detrás venía Pirovani, manteniéndose mal sobre su caballo y esforzándose por introducirlo entre los caballos de los dos. Cerraban la marcha el marqués, Watson y Moreno.

En la calle central se formaron numerosos grupos de hombres y mujeres, hablando acaloradamente, al mismo tiempo que miraban con hostilidad la casa que había sido de Pirovani. Los nombres de Torrebianca y su mujer sonaban tanto como los de los adversarios que se habían batido.

Como el infeliz Pirovani siguió diciendo me confió el manejo de su fortuna, y esta casa pertenece á su heredera, yo, en uso de mis facultades, le digo, señora marquesa, que puede usted seguir aquí todo el tiempo que juzgue oportuno, como si fuese de su propiedad, y sin pagar por ella un solo centavo. ¡Qué no haré yo por usted!... Ella le miraba fijamente con ojos interrogantes.

Siguió leyendo el marqués, y al fin guardó su papel, para hablar á los adversarios. Mi deber es dirigir á todos un llamamiento en pro de la concordia. ¿Es posible todavía una explicación entre caballeros?... ¿Quiere alguno de los dos presentar sus excusas al otro?... Movió Pirovani con violencia su cabeza, haciendo signos negativos.

Palabra del Dia

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