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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Por encima de todas las viviendas emergía una casa de madera montada sobre pilotes, con una galería exterior ante sus cuatro fachadas: un bengalow desembarcado en Bahía Blanca semanas antes por encargo del italiano Pirovani, contratista de las obras del dique.
Era el médico que Rojas había ido á buscar la noche anterior en el pueblo más próximo. Pasados unos minutos llegaron á la pradera Canterac, Torrebianca y Watson. El capitán y el marqués vestían largas levitas, menos flamantes que la de Pirovani, y corbatas negras: lo mismo que si asistiesen á un entierro. Watson llevaba simplemente un traje obscuro.
Elena la animó á que hablase, y entonces la mestiza dijo resueltamente: Yo estaba al servicio del finado don Pirovani, y como ya es difunto... por lo que todos sabemos, debo irme. Manifestó la señora su extrañeza ante tal decisión. Podía quedarse; ella estaba contenta de sus servicios. La muerte del italiano no era motivo suficiente para que se marchase.
Este gesto indicó á Pirovani que debía marcharse, y el contratista se apresuró á obedecerla; pero mientras se dirigía hacia la puerta todavía la atormentó con palabras y gestos de enamorado que desea inspirar admiración por su heroísmo. Cuando Elena se vió sola, llamó á gritos á Sebastiana. La mestiza tardó en presentarse.
Canterac estaba rígido, con rostro grave pero inexpresivo, lo mismo que un soldado que espera la voz de mando. Pirovani tenía los ojos ardientes, miraba con agresividad, parecía furioso. Cuando se acercó Moreno con una pistola para entregársela, le dijo en voz baja: Va usted á ver como lo mato. Me lo avisa el corazón.
El perverso ejemplo de los obreros del dique empieza á perturbar á los demás. Nuestra gente quiere menos horas de trabajo, como los otros... No comprendo en qué piensa ese pobre Pirovani. Tiene completamente abandonadas sus obras. Le miró fijamente Robledo, guardando silencio, mientras Torrebianca continuaba dándole noticias.
Manifestó el representante de Pirovani que don Carlos Rojas no podría asistir á tal reunión, por haber ido á Fuerte Sarmiento en busca de un médico que presenciase el duelo; pero él suscribiría todos los documentos necesarios en nombre de su amigo. Y los dos padrinos dieron por terminada su entrevista.
Una vez en la capital continuó cobraré todos los depósitos que hay allá á nombre de Pirovani y haré lo necesario para que el gobierno pague igualmente lo que le debe por sus trabajos... Conozco á muchas personas importantes que me ayudarán... Va usted á ver que, aunque algunos me tienen por zonzo, sé darme bien la vuelta en esto de la plata... Y apenas deje arreglados los negocios, nos embarcaremos para Europa.
Pirovani muerto; el otro huído; la casa que ella ocupaba no sabiendo aún de quién iba á ser... Además pensó en lo que estaría diciendo Robledo y en la hostilidad repentina de aquel Watson, única persona cuya presencia parecía esparcir cierto interés sentimental sobre la vida monótona que llevaba allí.
Anoche me dijo Moreno que Pirovani y Canterac empiezan á hacerse la guerra. El uno se resiste á aprobar como ingeniero los trabajos que hace el otro como contratista. Desea perjudicarle, retardando de este modo los pagos del gobierno... Pirovani dice que suspenderá las obras y se irá á Buenos Aires, donde tiene muchos amigos, á quejarse del ingeniero.
Palabra del Dia
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