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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Al ver que Pirovani se había metido en su casa, no quiso buscar mentalmente nuevas explicaciones y abrió el sobre que acababa de recibir, empezando á leer su contenido en medio de la calle. Sus ojos pasaron por varios renglones, sin comprenderlos. «Una docena de frascos de «Jardín Encantado». «Idem ídem de «Ninfas y Ondinas». «Seis docenas de cajas de jabón «Claro de Luna».
Los dos habían vivido en París, en mundos distintos, aunque muy próximos. No se habían encontrado nunca, pero acababan por recordar ciertas amistades que les eran comunes. Mientras ellos hablaban, Moreno fumaba resignadamente, cruzando algunas palabras con Watson, y Pirovani conversaba con Robledo y Torrebianca.
Era el primer saludo sonriente que recibía Elena después de la muerte de Pirovani. Adivinó en este hombre al único admirador que le quedaba, y esto le pareció tan cómico que casi la hizo reir. En adelante sólo podría contar con el enamoramiento de un gaucho medio bandido. Quedó pensativa, con la frente apoyada en los cristales, mirando la avenida solitaria.
Apenas cerrada la noche, cuando los trabajadores habían terminado su cena, muchos chiquillos y mujeres se encaminaban á la casa de Pirovani, sentándose en el suelo á alguna distancia de ella, para contemplar las ventanas, levemente teñidas de rojo. Si algunos niños impacientes empezaban á perseguirse en sus juegos, las madres les imponían silencio: ¡Callad, malditos, que la señora va á cantar!...
Había tenido ella que aceptar una nueva invitación para ver los adelantos realizados en las obras del dique. Le era imposible negarse á este paseo. Necesitaba para su tranquilidad restablecer el equilibrio entre Pirovani y el ingeniero francés.
Algunas muchachitas tocaron disimuladamente la tela de su vestido, para apreciar mejor su finura. Fueron acudiendo, atraídos por el suceso, los principales personajes del campamento, y el español hizo la presentación de sus amigos Canterac, Pirovani y Moreno. Al ver Watson que los hombres que habían cargado con los equipajes los metían en su vivienda, buscó á Robledo apresuradamente.
Y dijo esto de buena fe, con el dulce optimismo de los que se sienten enamorados. Al día siguiente era domingo, y Watson fué por la mañana á la antigua casa de Pirovani para ver á Torrebianca. Necesitaba hablarle de un asunto relacionado con los trabajos de los canales.
Pero hablemos de usted: ¿qué le trae aquí á estas horas?... Tardó Pirovani en contestar, para que de este modo sus palabras resultasen más solemnes. El señor de Canterac cree que debamos batirnos á muerte después de lo de esta tarde.
Elena se alejaba ofendida, dándose cuenta de su estratagema y de sus gestos hostiles. Poco antes de la puesta del sol llegaron los tres jinetes á la calle central del pueblo. Frente á la casa de Pirovani, considerada ya por la marquesa como suya, bajó ésta del caballo, apoyándose en Moreno, que se había anticipado al otro para gozar de agradables contactos.
Siguió hablando, y á las pocas palabras se apagó la chispa alegre é irónica que danzaba en las pupilas de la Torrebianca. Sus ojos sólo expresaron un ávido interés, que fué creciendo por momentos. Moreno relató cómo Pirovani le había confiado toda su fortuna, nombrándole tutor de la hija única que tenía en Italia.
Palabra del Dia
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