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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Unos se burlaban del tubo de seda brillante que el contratista se había puesto en la cabeza; otros lo admiraban con orgullo egoísta, como si el tal sombrero aumentase la importancia de la vida en el desierto. Vengo de visita á mi propia casa dijo Pirovani con el deseo de que el otro admirase su generosidad. Ha hecho usted mal en cederla se limitó á contestar Robledo.

También Canterac aceptaba al ingeniero norteamericano como acompañante de la marquesa. Le parecía más tolerable que el odiado Pirovani. Vió cómo se alejaban los dos jinetes, y aunque sentía un enojo sombrío, como siempre que le rechazaba Elena, procuró disimularlo, encaminándose después á la casa de Moreno.

Pero recobró inmediatamente su impasible fosquedad y siguió apuntando. Volvió el marqués á dar una palmada, diciendo lentamente: «DosAl ver Pirovani que no había herido á su adversario y quedaba desarmado ante él, pasó por su rostro, como una nube veloz, la emoción del miedo; pero fué por un momento nada más.

El italiano Enrico Pirovani había llegado á la Argentina como obrero diez años antes, y era tenido ya por uno de los hombres más ricos del territorio patagónico que se extiende desde Bahía Blanca á la frontera andina de Chile. Todos los Bancos respetaban su firma.

Si alguno de los dos hace fuego después de la tercera palmada, será declarado felón y descalificado inmediatamentePirovani, con la pistola en alto, avanzaba la cabeza y entornaba los ojos para oir mejor, acogiendo con movimientos afirmativos cada palabra de Torrebianca. Canterac permanecía impasible, como un hombre que está escuchando algo que conoce sobradamente.

Canterac, al pisar el primer peldaño de madera, se detuvo para decir á su compañero: No debía entrar. Esta casa pertenece al intrigante Pirovani, hombre que aborrezco... Pero temo que la marquesa se queje si no me ve en su reunión. Moreno, que era amigo de todos y no llegaba á enfadarse verdaderamente con nadie, creyó necesario defender al ausente.

Torrebianca fué aproximando las manos y dijo lentamente: ¡Fuego!... Una... Los dos bajaron á un tiempo sus pistolas. Pirovani, que sólo tenía en aquel momento la preocupación de no hacer fuego después de la tercera palmada, se apresuró á tirar. Su enemigo guiñó ligeramente un ojo y contrajo levemente la mejilla del mismo lado, como si hubiese sentido el roce del proyectil.

Al pasar ante la casa de Pirovani miró al lado opuesto y aceleró la marcha de su caballo, por temor á que Elena abriese una ventana, llamándole. Iban transcurridos muchos días sin que él hubiese vuelto á visitarla. Sentía esos temores vagos que anuncian la cercanía del peligro, pero sin dejar adivinar de qué parte viene.

Yo también dijo pienso ahora más que antes. Anoche no pude dormir, y por eso me he levantado tarde, sin tiempo para ir á ver qué es lo que ha pasado en la estancia de Rojas... Y anoche precisamente se me ocurrió que tal vez será conveniente que yo vaya á Europa para velar por la hija de Pirovani y administrar sus bienes mejor que si me quedo en Buenos Aires. ¡Quién sabe si llegaré á aumentar muchísimo esa fortuna, dedicándome á los negocios!

Se desvaneció la visión, encontrándose Moreno otra vez en la antigua casa de Pirovani, ante aquella mujer que tanto había deseado con el fervor que inspira lo que parece imposible de conseguir, y que le miraba en estos momentos con ojos devoradores. ¡Oh, París! dijo . ¡Cómo deseo verme allá con usted... Elena! Porque usted me permite que la llame ahora simplemente Elena... ¿no?

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