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Ciertamente, la delación era un arma vil, pero mucho menos que la conducta de aquel noble felón, que engañaba a tres mujeres a la vez y robaba a la una su honor, a la otra su estima y a la otra su fortuna.

Después que él, como director del combate, diese la voz de «¡Fuego!», contaría lentamente «Uno, dos, tres». Podían apuntar y disparar en este espacio de tiempo. ¡Mucha atención, teniente! Don Marcos habló con una gravedad trágica. Si hace usted fuego antes del uno ó después del tres, será declarado felón. Esto de ser declarado felón asustó al joven.

Cuando los dos estuvieran listos, él daría la voz de «¡Fuego!», añadiendo: «¡Uno... dos... tres!». En el espacio comprendido entre estos tres números debían disparar. El que hiciese fuego antes o después, «quedaría descalificado... sería un felón, un miserable... y el menosprecio de todo el mundo que tiene honor caería sobre él, persiguiéndolo durante toda su existencia. ¡Terrible Maltrana!

Si alguno de los dos hace fuego después de la tercera palmada, será declarado felón y descalificado inmediatamentePirovani, con la pistola en alto, avanzaba la cabeza y entornaba los ojos para oir mejor, acogiendo con movimientos afirmativos cada palabra de Torrebianca. Canterac permanecía impasible, como un hombre que está escuchando algo que conoce sobradamente.

En cambio, los demás se agasajaban entre ellos, y aquella hostilidad común hacia él, aquella tácita conspiración, parecía estrecharles mayormente. ¿Por qué? ¿Por qué? se preguntaba sin cesar con varonil mansedumbre y sin querer pensar en la venganza, ¿por qué no me ha sido dado lograr esa cordialidad que se le brinda a cada paso a un imbécil y a veces a un malvado, a un felón?