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Bueno será decir que nunca, en tiempo alguno, había la Pipaón de la Barca tenido a su esposo por más respetable que aquel día... Le miraba y le oía con cierta veneración y se conceptuaba extraordinariamente inferior a él, pero tan inferior que casi casi no merecía fijar sus ojos en él. Atontada y distraída estuvo en el paseo, y en su casa, por la noche, más aún.

En su horrible hastío, no gustaba la Pipaón de ir al Prado, porque era esto como pasar revista de miseria y cursilería. Había empleado ya muchas veces la enojosa fórmula-explicación de su destierro: «Teníamos tomada casa en San Sebastián, poro con la enfermedad de Bringas...»; y cansada de ella, esquivaba las ocasiones de repetirla.

Acompañando a Pipaón iba Salvador algunas veces a casa de Genara; solían comer juntos los tres, y cuando se encontraban Monsalud y Gracián también hablaban largamente del Estado y de la Iglesia.

Esto ocurría poco después del fallecimiento del Monarca y tres horas más tarde del altercado con Pipaón, por donde se ve, que en un mismo día reservaba la Divina Providencia al señor de Carnicero impresiones totalmente contrarias, haciéndole pasar de la ira más atroz a un contento febril y casi rabioso.

No hay que decir cuanto se regocijó la novia al ver próximo el término de la situación equívoca en que estaba, y al considerarse señora y dueña de una casa. Ella contaba con manejar al buenazo de Pipaón como a un dominguillo, y vivir a sus anchas gastando y triunfando. Pajarraco largo tiempo aprisionado y de no muy buenos instintos, ¿a dónde iría al salir de su jaula?

Una mañana que la Pipaón estaba sola, pues Thiers había ido a la consulta, presentose inopinadamente Pez. Vestido de verano, con el ligero y elegante traje de alpaca de color, parecía un pollo. Veíale siempre Rosalía con gusto, y en aquella ocasión le vio con mayor agrado, por lo terso y remozado que estaba. Cada vez se crecía más en el espíritu de la noble señora la imagen de aquel sujeto, y se afianzaba más en los dominios de su pensamiento. Y antes que los atractivos exteriores de él, antes que sus modales y su señorío, la cautivaban los propósitos que hizo de protegerla en cualquier circunstancia aflictiva. Hubiérase rendido al protector antes que al amante; quiero decir que si Pez no hubiera puesto aquellas paralelas del ofrecimiento positivo, el terreno ganado habría sido mucho menos grande.

La noticia del desastre se extendió rápidamente por todo el barrio. Vino Pipaón temblando de miedo y harto intranquilo por la suerte que en aquel inopinado hundimiento hubiese cabido a las gruesas cantidades que D. Felicísimo guardaba en su propia casa.

D. Juan de Pipaón, indispensable en las comisiones, necesario en las juntas, la primera cabeza del orbe para acelerar o detener un asunto, la mejor mano para trazar el plan de un empréstito, la nariz más fina para olfatear un negocio, servidor de mismo y de los demás, enciclopedia de chistes políticos, apóstol nunca fatigado de esas venerandas rutinas sobre que descansa el noble edificio de nuestra gloriosa apatía nacional, maquinilla de hacer leyes, cortar reglamentos, picar ordenanzas y vaciar instrucciones, ordeñador mayor por juro de heredad de las ubres del presupuesto, hombre, en fin, que vosotros y yo conocemos como los dedos de nuestra propia mano, porque más que hombre es una generación, y más que persona es una era, y más que personaje es una casta, una tribu, un medio Madrid, cifra y compendio de una media España.

Si Rosalía no hubiera pasado de allí, la paz, después de aquella alteración pasajera, habría vuelto a reinar sólidamente en la casa; mas la Pipaón no sabía ya contenerse, y el hábito de eludir secretamente las reglas de la Orden bringuística estaba ya muy arraigado en su alma. Proporcionábale este hábito, además de las satisfacciones de la vanidad, un placer recóndito.

Este trabajo previo del dibujo ocupó al artista como media semana, y quedó tan satisfecho de él, que hubo de otorgarse a mismo, en el silencio de la falsa modestia, ardientes plácemes. «Está todo tan propio decía la Pipaón con entusiasmo inteligente , que parece se está viendo el agua mansa y los rayos de la luna haciendo en ella como unas cosquillas de luz...».