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Giró sobre los talones y salió con paso firme de la estancia. Al encontrarse en la calle se detuvo; sacó la petaca, volvió á picar un cigarro, lo encendió y prosiguió su camino sosegadamente como un vecino que sale á respirar el fresco. Era la calma del hombre á quien acaban de hacer una operación dolorosa y se encuentra de repente sin fuerzas y sin dolores, en abatimiento feliz.

Y esto es fatal; es el mismo instinto que nos hace cobrar amor a un objeto que hemos usado durante años, un reloj, una petaca, una cartera, un bastón... El maestro calla. Y de pronto don Víctor ¡oh pasmo! cesa de acariciarse sus patillas, abre la boca y exclama: ¡Yo tenía un bastón!

El médico se adelantó también, y sacando la petaca le ofreció un cigarro puro, preguntándole al mismo tiempo: ¿Qué tal? ¿Le tratan a usted bien por aquí? Muchas gracias, no fumo... , señor, me tratan bien. Hay más caridad en la cárcel de lo que ordinariamente se dice. Entablose una conversación animada.

Pocos dias despues se descubria, de la cumbre de la cuesta de Petaca, el extendido horizonte de unos llanos calurosos cubiertos de bosques, en cuyo centro se ve sentada la tranquila ciudad de Santa-Cruz-de-la-Sierra. El estudio de esta ciudad y de sus notables contornos ocupó mi atencion por algunos meses: pasados estos, me resolví á penetrar mas adentro en las tierras habitadas.

Era además muy amigo de éste, y a los dos les supieron a gloria el licor de mi frasquete y los cigarros de mi petaca en cuanto los cataron. Se estremeció al verme de improviso junto a ella, y me pidió perdón por haberme tomado por... No me dijo por qué ni por quién; pero rompió a llorar y huyó a ocultarse en el cuarto frontero a la puerta de la escalera, el cual habitaban ella y Tona.

Paco le había saludado de lejos, deprisa y mal, porque en aquel momento huía con la petaca de Quintanar a esconderla en la huerta, seguido de Edelmira, su más rolliza y vivaracha y colorada prima. Es loco ese chico, cuando se pone a enredar dijo Bermúdez disculpando a su pariente, y como recibiendo en calidad de deudo de los marqueses al señor Magistral.

Cuando hubo concluído su largo discurso, un poco incoherente, que parecía más bien un monólogo, el duque se levantó bruscamente. Vaya, Julianito, me voy de aquí al Banco. Al mismo tiempo sacó otro cigarro de la petaca, y sin ofrecerle, porque no fumaba, lo encendió por fórmula, pues los dejaba apagarse en seguida para seguir mordiéndolos. D. Julián respiró con satisfacción.

El indiano sacó la petaca: la gentil heredera tomó de ella una breva, le arrancó con sus dientes etiópicos la punta y pidió por señas un fósforo. Granate se lo ofreció encendido, sacudiendo al mismo tiempo la cabeza en señal de disgusto. Cuando hubo dado dos o tres chupadas, puso un gesto avinagrado y exclamó: ¡Qué cigarros tan infames! Mira, fúmatelo . Y se lo puso en la boca.

Rascóse Pepón el cogote sin contestar, sacó su petaca mugrienta de cuero, tomó una hoja del librillo de papel y la sujetó entre los labios por una esquina, luego se echó una polvarada de tabaco sobre la gran palma callosa de su mano y ofreció otra á Quino.

Una vez puestos de acuerdo Alberto y el procurador, aquél ofreció a éste un cigarro de su preciosísima petaca, pero viendo que rehusaba la fineza, púsose a encender tranquilamente su habano y luego, acercándose a Amaury, díjole sin recatar la voz y como para vengarse del desaire curialesco: Ea, ya está todo listo y a punto; el duelo va a ser a espada.