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Actualizado: 7 de noviembre de 2025


Cerca de ellos estaba un coche, la portezuela se abre, ambos suben, el carruaje empieza su marcha.... Todo está perdido; ya no hay remedio. Al dia siguiente estaban en Livorno; al otro dia en Génova; al tercero en Marsella, al cuarto en Paris. Se hospedan en uno de los muchos hoteles de la calle de Buenavista, de la calle en que estamos nosotros, casi enfrente de nuestro hotel.

Acaso habías perdido la costumbre de oirle en los veinte años que hace que no nos vemos, pero nunca es tarde para ceder á los buenos consejos. Ya ves con qué confianza he venido á buscarte ...; os que, en realidad, no se trata ya de ti ni de , sino de esos muchachos, que merecen ser dichosos ... Nos pasaremos sin ti para su dicha como nos hemos pasado para su matrimonio; llegas tarde.

Gallardo se alejó preocupado. ¡Ay! ¡Aquel hombre, que él había visto tirar el dinero en sus buenos tiempos con una arrogancia de príncipe, seguro de su porvenir!... Había perdido los ahorros en malas especulaciones. La vida del torero no era para aprender el manejo de una fortuna. ¿Y aún le proponían que se retirase de la profesión? ¡Nunca! Había que arrimarse a los toros.

Hube de buscar el cuarto, y éste fue un fraile de la Merced, que las mujercillas que digo me encaminaron, al cual ellas le llamaban pariente: gran enemigo del coro y de comer en el convento, perdido por andar fuera, amicísimo de negocios seglares y visitar, tanto que pienso que rompía él más zapatos que todo el convento.

Los ensayos que se han hecho en ese sentido, no han dado nunca resultado... Flor la más bella De entre mis flores, Lucero hermoso De un cielo azul, Precioso emblema De mis amores, Nuncio querido De horas mejores... Esa eres Ave que gime Lejos del nido, Lejos del bosque Donde nació, Pájaro errante Que sorprendido Por las tinieblas Vaga perdido... Ese soy yo...

A tal situación habían llegado mis sentidos, cuando el sacristán, agitando un grueso manojo de llaves con cencerril estruendo, me hizo salir de la iglesia, pues yo era la única persona que en ella quedaba. Salí; la luz de la calle pareció devolverme el sentido común, que, según mi propia opinión, había perdido.

«Su padre había perdido la cabeza. Ya no podría confesar si no recobraba la razón... sólo por milagro de Dios». Ni puede, ni quiere, ni debe exclamó don Pompeyo cruzado de brazos, inflexible, dispuesto a no dejarse enternecer por el dolor ajeno. El día de la Concepción, muy temprano, el médico Somoza dijo que don Santos moriría al obscurecer.

Ni Marijuán, ni D. Paco, ni yo teníamos esperanza alguna, y considerábamos al mayorazgo perdido para siempre. Desde que amaneció corrían voces de que la capitulación estaba firmada, y más nos lo hacia creer la circunstancia de que varios oficiales pasaron frecuentemente de un campo a otro, trayendo y llevando despachos.

¿Y qué menos podía hacer el desgraciado Rubín que descargar contra el orden social y los poderes históricos la horrible angustia que llenaba su alma? Porque estaba perdido, y la cruel negativa de su tía le puso en el caso de escoger entre la deshonra y el suicidio.

»Cuando el señor cónsul y los cuatro marineros que habían presenciado el crimen nos trajeron la noticia a bordo, el más antiguo de los tenientes de navío, que había sucedido al excelente oficial que habíamos perdido, hizo evacuar las personas y las mercaderías de las factorías europeas, y comenzamos un fuego graneado contra la ciudad que la convirtió en cenizas en menos de dos días.

Palabra del Dia

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