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Actualizado: 6 de junio de 2025


Tía Carmen, sentada en su sillón y muy aliviada de sus males, nos contempla y sonríe; tía Pepilla parece una abuela bondadosa y tierna; tu papá charla y se goza en nuestra dicha, y mientras y yo estamos en el comedor y preparamos una sorpresa al santo sacerdote, poniendo entre los pliegues de su servilleta los retratos de la gente menuda, allá, en el fondo del jardín... dos chiquitines inteligentes y guapos, muy vestidos de gala, una niña que se parece a , y un rapazuelo que se parece a corren en pos de un aro tintinante.

Rorró: exclamó tía Pepilla dile a tu madrina lo que te recomendó el doctor. , tía; ejercicio, mucho ejercicio; siquiera una vuelta por la sala todos los días; ¡una vuelta, una sola, madrina! Eso de estar así, sentada, todo el día sentada, ¡no puede ser bueno!... ¡Pero... si... no puedo! murmuró. Un esfuerzo.... Tía Pepa me hizo una seña para que viera yo los pies de la enferma.

Dile a doña Pepilla que si tiene entre manos alguna obra grande, que me mande los avíos; que yo la ayudaré aquí; que tengo mucho gusto en ayudarla; que me sobra tiempo y puedo emplearlo en eso. Dime lo que haces, y en qué pasas el tiempo cuando sales del escritorio; dime si piensas en ; si te acuerdas de tu Linilla que te quiere mucho, mucho, mucho, y sólo vive para amarte. ¡Adiós! Angelina.

Sonreía la enferma, sonreía tía Pepilla, y yo me paseaba por la estancia, afectando la gallarda apostura de un jinete admirable. Una hora después salía yo de la casa del señor Fernández. Presenté la tarjeta del doctor y fuí recibido perfectamente. El hacendado me hizo pasar a su despacho, una pieza elegantemente ajuarada. En dos por tres quedamos arreglados. Le espero a usted el día quince.

Lo siento, lo siento mucho; pero, como comprenderás, no debo perder la colocación que el pobre don Crisanto me ha buscado. Con lo que gane yo en Santa Clara habrá lo necesario en esta casa para que tía Pepilla no tenga que trabajar en sus flores, ni con la chiquillería. ¡Gracias a Dios!

Ahora iré con Angelina y con usted a todas, a todas, para acordarme de mis buenos tiempos. ¿Se acuerda usted, tía Pepilla, de cuando me llevaba usted a las misas de aguinaldo que decía en el Cristo el P. Artega? No me hables de eso, hijo mío, ni me recuerdes a ese infeliz que se hizo hereje, protestante, apóstata.... Y desdeñando la conversación cortó la hebra de su charla.

¡Desgraciado preceptor!... No olvide usted, amiguito, que esta noche hemos de ir a casa de Poenco. ; a olvidarme iba. Las carnes me tiemblan ya del gusto. ¿Dices que va Pepilla la Poenca? Y toda la flor de la majeza. Me parece que no ha de llegar el momento en que mi señora mamá cierre los ojos. Aguardo en Puerta de Tierra. Puerta del Cielo debía llamarse. ¿Irá también la Churriana? También.

La plática, iniciada con una frase lisonjera en elogio de su diligencia, se iba enredando poco a poco, sin saber cómo, y más de una vez la tía Pepilla vino a interrumpir nuestra charla. ¡Dulces instantes aquellos! Angelina, de pie cerca del pretil, envuelta en el rebozo, caídos los brazos con placentera indolencia, entre las manos la escoba perezosa.

Pues aquí tienes compañera.... ¡Vamos, Juana; pronto, prontito, vea usted que Rorró tiene que irse!... Tía Pepilla puso en un extremo de la mesa el libro y el rosario, y quitándose el pañolón le arrojó sobre el respaldo de una silla. ¿Te vas hoy? , tía; luego que acabemos. Ahí en mi mesa está una carta para Linilla. Mándela usted con el que venga de San Sebastián.

Verás el que va a salir en contestación. Por pasar el rato iremos allá dije disponiéndome a salir. Esta noche añadió iremos a casa de Poenco. Te convido a echar unas copas... Magnífica idea. Cuando la señora doña María duerma sale usted, se mete la llave en el bolsillo, y a casa de Poenco... Pasaremos una buena noche. que estarán allí María Encarnación y Pepilla y la Poenca.

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