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Actualizado: 11 de julio de 2025
Cuando iba sola a abrir los armarios, experimentaba gran deleite en meter la cabeza dentro de ellos y hundirla entre la ropa, gozando de la frialdad del lienzo en el rostro y aspirando con voluptuosidad su aroma saludable. La luz que penetraba a torrentes por el blanco tul de las cortinas, la charla incesante y las sonoras carcajadas de los jóvenes llenaban la pieza de alegría y animación.
Una luz glacial y lívida penetraba por el ventanillo del dormitorio: la luz del amanecer. Jaime experimentó una sensación de frío. Arrancaban de su cuerpo las cubiertas del lecho; unas manos ágiles iban tentando los envoltorios de sus heridas.
Aquel sueño de redención y de paz había pasado, y su reciente recuerdo difundía en mi ser una calma inefable; ya mi aliento no salía ronco y fatigoso de mi pecho: la vida me era fácil: el sol que penetraba por las ventanas del jardín, tenía color de gloria: mis ojos veían luz: mi pecho respiraba aire: parecíame que el espacio era armónico, que todo me sonreía, que todo se asociaba a mi felicidad.
Sentí que el rubor que revela a los culpables, me invadía de improviso la cara; me parecía que su mirada penetraba hasta el fondo de mi alma... Por la tarde fui a buscar un libro a mi cuarto, cualquiera que fuese, el primero que me vino a la mano, y traté de leer, pero las letras bailaban delante de mis ojos y la cabeza me zumbaba: se habría dicho que mil murciélagos se recreaban en él.
Creía reconocer la voz: se parecía á la de Demetria. Y el grito que había sonado más que de alegría era de angustia. Fué de nuevo al boquete y llamó con toda la fuerza de sus pulmones: «¡Demetria, Demetria!» Tampoco obtuvo respuesta. Sin embargo, la creencia de que la voz que había sonado era la de la hija del tío Goro penetraba cada vez con más fuerza en su espíritu.
Lázaro entonces intentó gritar; pero el asombro le ahogó la voz en la garganta, porque al volverse para entrar conoció al que de tan sospechosa manera penetraba en el palacio de los duques, y aquel hombre era Félix Aldea, el mismo que pocos momentos antes había hecho brotar de los labios de Josefina una sonrisa de felicidad.
Sin hablar ni una palabra a la criada que me miraba con asombro, seguí a Mustafá que en medio de sus caricias se dirigía hacia el interior. En aquel momento escuché el preludio de un piano. ¿Qué había de misterioso en aquel sonido que penetraba en mi alma, que me traía algo del alma de Amparo? Porque yo no dudaba de que ella era la que producía aquel sonido...
El sol bañaba por completo la aldea; se derramaba por el césped ocupándose en deshacer las gotas de rocío; brillaba rojo en los tejados; penetraba en las copas de los árboles trasformándolos en enormes globos de trasparente esmeralda. ¡Allá va Flora! El camino estrecho que conduce desde la casa de D. Félix á la Bolera, tapizado por entrambos lados de zarzamora, está solitario.
Y esta mujer, amigo, le penetraba a uno... amigo, le enloquecía... verdaderamente le condenaba el alma con su maldita fascinación. Un día le dije: Celeste, ¿cómo demonio se te hizo esa maldita cicatriz? A lo que me contestó: Roberto, a ningún blanco más que a usted lo contaría; esta cicatriz me la hice yo con toda intención, me la hice yo misma, a fe.
A aquella hora la oficina estaba cerrada, y libres de importunos, ambos gozaban de la intimidad del reposo dominical que adormecía al humilde pueblo. Sentado enfrente de ella en el saloncillo ajado y delante del almohadón en que Liette acababa de poner su cesto de labor, Carlos se creía vuelto a la niñez y una sensación de exquisita dulzura penetraba en su ser.
Palabra del Dia
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