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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Y aunque no llegue a oírte, por el rastro que va dejando aquí la vida que haces, tendrá que conocerla. Es el último estruendo de ella respondía la pecadora sonriendo . No lo dudes: estoy preparándome para ser juiciosa. De tarde en cuando desaparecía por una temporadita para visitar a Luz.

Guillermina permaneció en pie, diciendo para : «¿qué será?». «Si persiste usted agregó en voz alta , en tener esas ideas estrambóticas, es difícil que yo la consuele. No nos entenderemos nunca». En aquel momento la pecadora clavaba sus ojos en la santa. Se le estaba pareciendo a Mauricia.

Hace muchas noches que no cierro los ojos. ¿Pues qué tiene usted? preguntó Lázaro mirándola con mucha atención. Usted no está buena. Usted es una santa: pero la santidad con exceso es perjudicial, señora. Yo no soy santa dijo la dama: soy una pecadora. No diga usted eso, por Dios. Usted es una santa, ¡qué felicidad! ¡Tener tranquila la conciencia!

Tal vez, casi de fijo, por aprensiones de la vanidad y de la malicia torpe y grosera. ¡Ah!, porque ella estaba tocada del gusano maldito, del amor de los sentidos; porque ella estaba rendida a don Álvaro si no de hecho con el deseo esta era la verdad porque ella era pecadora ¿había de serlo también el hermano de su alma, el padre espiritual querido? ¿qué pruebas tenía ella? ¿No podía ser aprensión todo, no podía la vanidad haber visto visiones? ¿Cuándo De Pas se había insinuado de modo que pudiera sospecharse de su pureza? ¿No habían estado mil veces solos, muy cerca uno de otro, no se habían tocado, no había ella, tal vez con imprudencia, aventurado caricias inocentes, someros halagos que hubieran hecho brotar el fuego si lo hubiera habido allí escondido?... ¡Y está abandonado!

La pecadora descansa de noche en su lecho, atormentada por sus sombríos pensamientos; detrás de la escena resuena cántico confuso y sobrenatural, que pinta lo pasajero de todas las cosas terrestres, presentándose una sombra con barba y largos cabellos blancos, trayendo un féretro en la mano, una corona y un cetro en la otra y un azadón al hombro.

Consistió el orgullo en no tener miedo de caer en la tentación y en atreverse a arrostrar los peligros, y consistió la caridad misericordiosa en admirarse del cambio repentino de aquella mujer pecadora, en compadecer el dolor agudo y tremendo que para la conversión la había apercibido, y en la irresistible simpatía de que se dejó vencer, yendo a tratar con ella de cosas del espíritu y a darle amistad pura y grato consuelo.

Este, cuando estuvo cerca de la reina, se arrodilló. ¿Qué hacéis, padre mío? dijo dulcemente Margarita . ¡Un sacerdote, tal como vos, arrodillarse ante una pecadora tal como yo! ¡Oh! si todos pecasen en este mundo como vuestra majestad... dijo el padre Aliaga levantándose. Pues mirad, padre, lo que peco me espanta. Tengo muy poca paciencia... Vuestra majestad es una mártir.

Lo conozco bien... y no me fío de él ni de nadie... excepto de usted, Elena... La he visto a usted dulce, compasiva y valerosa, al lado de una miserable pecadora, la Briffarde... y he creído que tendría usted piedad de mi angustia. ¿Qué puedo hacer? dije tristemente.

Calla, calla, Genoveva, no digas eso; no soy más que una miserable pecadora; mucho más miserable de lo que te figuras.

«Esas lágrimas que usted derrama, ¿son de arrepentimiento sincero? ¡A saber...! Si usted se nos arrepintiera de verdad, pero de verdad, con contrición ardiente, todavía esto podría arreglarse. Pero sería preciso que se nos sometiera a pruebas rudas y concluyentes... esta es la cosa. ¿Volvería usted a las Micaelas?». ¡Oh!, no señor replicó la pecadora con prontitud.

Palabra del Dia

hociquea

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