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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Al contrario, la juzgaba desenvuelta, provocativa y educada en plena libertad por una madre ordinaria e ignorante, de la clase más baja de la sociedad y antigua pecadora más o menos arrepentida.
Me senté al lado suyo, penetrado de compasión. ¡La comprendía, la adivinaba tan bien!... ¿No había visto, hacía poco tiempo, al lado de la cama de la mendiga, a aquella criatura delicada, tan pronto confundida por una mirada, tan propensa a turbarse, tan tierna, desplegar una energía moral y una firmeza que llegaron a parecerme hasta duras, para arrancar a una pecadora al peligro de una muerte inconsciente, que hubiera sido para su fe la muerte sin perdón, la muerte eterna?
Si te pones de mi lado, ¿quién prevalecerá contra mí? Yo digo a mi alma pecadora, llena de quiméricas imaginaciones y de vagos deseos, que son sus hijos bastardos: ¡Oh, hija miserable de Babilonia; bienaventurado el que te dará tu galardón: bienaventurado el que deshará contra las piedras a tus pequeñuelos!
Ana a veces, no pudiendo elevar su atención a las cosas invisibles, a la contemplación piadosa, procuraba preparar este viaje místico pensando en el Magistral. «¡Oh, qué grande hombre! ¡Y qué bien penetraba en el espíritu, y qué bien hablaba de lo que parece inefable, de los subterráneos de las intenciones, de las delicadezas del sentimiento! ¡Y cuánto le debía ella! ¿Por qué tanto interés si aquella pecadora no lo merecía?». Las lágrimas se agolpaban a los ojos de Ana.
El Indio converso era capaz de haber corrido todas las parroquias de Madrid para convencer a su protector de que albergaba una pareja pecadora, entregada a la concupiscencia de la carne. El gesto del señor Vicente delataba su repugnancia a vivir en contacto tan inmediato con el pecado. Maltrana se enfureció ante estos escrúpulos.
Sólo algún lírico cursi, sólo algún académico fósil, culpan de loco al telescopio que escudriña el espacio, o de cruel al bisturí que dilacera las carnes; y sin embargo, son muchas las gentes que llaman indigna y pecadora a la pluma que pinta los deliciosos transportes del amor.
Las peripecias vergonzosas de la vida de ella no le desalentaban, y hasta medía con gozo la hondura del abismo del cual iba a sacar a su amiga; y la había de sacar pura o purificada. En aquellas confidencias que ambos tenían, creía Maximiliano advertir en la pecadora un cierto fondo de rectitud y menos corrupción de lo que a primera vista parecía. ¿Se equivocaría en esto?
Don Andrés conocía el carácter de doña Inés y daba por evidente que doña Inés, así como en un principio había hecho víctima a Juanita de su enojo, imaginándosela, aunque en cierne, una desaforada pecadora, después, trocado el enojo en estimación, admiración y cariño, se proponía, con el mejor intento y por su manía de gobernarlo y de arreglarlo todo, hacer víctima a Juanita empujándola a la santidad por un camino que ella no tenía ganas de seguir.
Sin abandonar aquella actitud de desconfianza y miedo, Fortunata pareció alegrarse de ver a Guillermina, que la saludó con extremada amabilidad, demostrando un gran interés por ella y por su niño. «¡Qué gusto verla a usted! exclamó la pecadora sin moverse . Tenía yo ganas de que viniera para decirle una cosa...». Pues ya me la está usted diciendo, porque me voy a escape.
La pecadora fue llevada a las Micaelas pocos días después de la Pascua de Resurrección. Aquel día, desde que despertó, se le puso a Maxi la obstrucción en la boca del estómago, pero tan fuerte como si tuviera entre pecho y espalda atravesado un palo. Molestia semejante sentía en los días de exámenes, pero no con tanta intensidad.
Palabra del Dia
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