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Actualizado: 11 de junio de 2025
¡Corona de rosas! exclamó la de los Pavos, que con toda su diplomacia no supo disimular un ligero acento de ironía. No, si no me he reído. Pues no faltaba más. Un ángel a su manera. En fin, dejemos esto y vamos a lo otro. Como ha de influir mucho en el estado mental de este pobre chico el convencerse de que su mujer no vive, le pienso llevar... para que lo vea, señora, para que lo vea.
Notaron, sí, de súbito, una cosa inexplicable y fenomenal. Todas las figurillas del Nacimiento se movieron, todas variaron de sitio sin ruido. El coche del tranvía subió á lo alto de los montes, y los Reyes se metieron de patas en el arroyo. Los pavos se colaron sin permiso dentro del Portal, y San José salió todo turbado, cual si quisiera saber el origen de tan rara confusión.
Pero lo que daba cierto aspecto grandioso al gabinete era el retrato del difunto esposo de doña Lupe, colgado en el sitio presidencial, un cuadrángano al óleo, perverso, que representaba a D. Pedro Manuel de Jáuregui, alias el de los Pavos, vestido de comandante de la Milicia Nacional, con su morrión en una mano y en otra el bastón de mando. Pintura más chabacana no era posible imaginarla.
Las alimañas esquivas y feroces huían a la aproximación de la hueste, pero no faltaban seres animados, más mansos y menos recelosos del hombre, que apenas se apartaban al sentirle llegar, y hasta que se adelantaban y mostraban como si acudiesen a darle la bienvenida. A veces, con alegre desentono, graznaban los pavos reales, desplegando la brillante rueda de sus pintadas plumas.
Para colmo de aflicción, vió la buena señora por todas partes los objetos con que Celinina había alborozado sus últimos días; y como éstos eran los que preceden á Navidad, rodaban por el suelo pavos de barro con patas de alambre; un San José sin manos; un pesebre con el Niño Dios, semejante á una bolita de color de rosa; un Rey Mago montado en arrogante camello sin cabeza.
Si probáis que el hombre que habéis muerto era un ladrón... dijo el alcalde. Pero si yo, señor, no he muerto á ningún hombre dijo Montiño ; ¡si yo no he matado jamás otra cosa que pavos, capones y conejos! Si probáis que el hombre á quien habéis muerto era un ladrón, y que le habéis muerto en defensa propia, seréis absuelto... no lo dudéis... pero si no, seréis ahorcado como asesino.
Desfila este cortejo ante nosotros alegremente y se precipita en el zaguán, pateando con un ruido de chaparrón. Es digno de ver el movimiento de asombro que se produce en toda la casa. Los grandes pavos reales de color verde y oro, de cresta de tul, encaramados en sus perchas han conocido a los que llegan y los reciben con una estridente trompetería.
Sobre el suelo, con las patas atadas, recordando tal vez en aquella atmósfera de sofocación y estruendo las tranquilas llanuras de la Mancha o las polvorientas carreteras por donde vinieron siguiendo la caña del conductor, estaban los pavos, con sus pardas túnicas y rojas caperuzas, graves, melancólicos, reflexivos, formando coro como conclave de sesudos cardenales y moviendo filosóficamente su moco inflamado, para lanzar siempre el mismo cloc-cloc-cloc prolongado hasta lo infinito.
Sacó su mano de entre las sábanas para tomar la de ella, y recogiendo al punto las ideas que se habían dispersado, le dijo: «Fíjate bien en una cosa, y es que doña Lupe la de los Pavos, que es la persona de más entendimiento en toda esa familia, no se ha de llevar mal contigo, si tienes tacto. Lo que a doña Lupe le gusta es mangonear, dirigir la casa, y echárselas de consejera y maestra.
Su caridad se extendía hasta los animales. Desde la edad de veinticuatro años, en que la chacha Ramoncica se quedó huérfana y vivía en casa propia, sola, le hacían compañía media docena de gatos, dos ó tres perros y un grajo, que poseía varias habilidades. Tenía asimismo Ramoncica un palomar lleno de palomos, y un corral poblado de pavos, patos, gallinas y conejos.
Palabra del Dia
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