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Actualizado: 21 de julio de 2025
El viento, cada vez más fuerte, trajo hasta la barraca un lejano eco de lamentos y voces furiosas. Batiste vió arremolinarse la gente en la puerta de la barraca lejana, y luego muchos brazos levantados con expresión de dolor, manos crispadas que se arrancaban el pañuelo de la cabeza para arrojarlo con rabia al suelo.
Y recogiéndose el abrigo subió de un salto al ribazo, saludándole por última vez con el pañuelo. Rafael remó río arriba hacia la ciudad. Aquel viaje a solas, cansado y luchando contra la corriente, fue lo peor de la noche. Cuando amarró su barca cerca del puente era ya de día.
Mientras comía su mendrugo y el pedazo de queso, pensaba, con la incertidumbre de siempre, si se estaría apropiando un alimento que podía faltar a otros, y esto hizo que se fijase en el único que en toda la gañanía no se preocupaba de la cena. Era un jovenzuelo de cuerpo desmedrado, con un pañuelo rojo anudado al cuello y una camisa por todo abrigo sobre el pecho.
Se abre una puerta, y se oye en el pasillo un trotecito de ratón. Era Mamette. Nada tan conmovedor como aquella viejecita con su gorro de casco, su hábito carmelita y el pañuelo bordado, que por honrarme tenía en la mano, conforme a la usanza antigua. ¡Cosa enternecedora: se parecían! Con papalina y cosas amarillas también él hubiera podido llamarse Mamette.
Pocos se van de las romerías sin algunos de estos dulces en un pañuelo, los cuales toman el nombre de perdones, por ser la ofrenda que los romeros hacen á su familia en recompensa de haberse quedado en casa mientras ellos se divierten.
Esto le hizo padecer bastante, y aun conmovido por sus desprecios y reprensiones, lloró lágrimas amargas que la planchadora concluía por enjugar con el pañuelo.
Estás muy guapito con tu pañuelo liado en la cabeza, la nariz colorada, los ojos como tomates... Búrlate; mejor. Eso me gusta... Ya te daría yo mi constipado. No, si no quiero más caramelos. Con tus caramelos me has puesto el cuerpo como una confitería. Mamá... ¿Qué? ¿Estaré bueno mañana? Por Dios, tengan compasión de mí, háganme llevadera esta vida. Estoy en un potro. Me carga el sudar.
Mientras D. Pedro tosía y sacaba el infinito pañuelo encarnado y azul para limpiarse boca y narices, reinó solemne silencio en la sala y todos me miraban con afanosa curiosidad.
No se veían sino dijes y prendas graciosas abandonadas sobre sillas y mesas; sombrillas largas, de seda, muy recamadas de cordoncillo de oro; cabás y estuches de labor, ya de cuero de Rusia, ya de paja con moños y borlas de estambre; aquí un chal de encaje, allí un pañuelo de batista; acá un ramo de flores que agoniza exhalando su esencia más deliciosa; acullá un velito de moteado tul, y encima las horquillas que sirven para prenderle.... El grupo de españolas, capitaneado por Lola Amézaga, que era muy resuelta, tenía cierta independencia e intimidad, bien distinta de la reserva secatona de las inglesas: y aún entre ambos bandos se advertía disimulada hostilidad y recíproco desdén.
Los balcones del café de la Estrella estaban ocupados por algunos parroquianos, que pasaban su errante mirada por los ámbitos de la plaza. En el balcón de la casa de enfrente, un niño de ojos azules y blonda y rizada cabellera se entretenía en arrojar con un canutillo pompas de jabón, que unos cuantos pilluelos desde abajo recibían con no poca algazara, deshaciéndolas con la gorra y el pañuelo.
Palabra del Dia
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