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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Los pájaros cantaban en sus jaulas con repentina confianza al sentirlas inmóviles. Las plantas del invernáculo parecían expandirse moviendo acompasadamente sus manos verdes, como si saludasen a las hermanas de la orilla próxima. Flores frescas, que aún mantenían en sus pétalos el rocío de los campos, agrupábanse sobre las mesas del comedor.
Al lado de su madre, Josefina parecía el nuevo brote de una flor hermosísima: la madre era como esas rosas que han agotado ya la pompa de sus galas desplegando todos sus pétalos a las caricias de la luz; ella, como esos capullos entreabiertos que comienzan a esparcir en torno suyo olor suave y débil. Su traje era blanco también, pero en el tocado y los prendidos, las flores sustituían alas joyas.
El piano mudo; los pinceles olvidados; las rosas, pálidas y desfallecidas, se inclinaban al borde del rico tazón de Sévres, y cuando el viento las movía dejaban caer, uno a uno, sus pétalos marchitos. Aun quedaba en el aposento el aroma de los vestidos de Gabriela.... El rumor de las hojas secas que caían, en el balcón remedaba el roce de una falda de seda.... Se había ido la hermosa señorita.
Escuchándote, el alma se extasía, brilla luz de ideales en mi mente y calma de tus notas la harmonía la fiebre abrasadora de mi frente. Ahora que triste, enfermo y abrumado por desengaños, descansar quisiera en un rincón obscuro y olvidado. Oyendo el eco de tu voz de diosa, en el pecho sombrío la quimera deja caer sus pétalos de rosa.
Desde dos o tres casas dejaron caer sobre ella un diluvio de flores, cuyos pétalos multicolores esmaltaron un instante la tela blanca del vestido: algunos quedaron enredados en el cabello. La gente aplaudía. ¡Mujer, la vocación de esta niña edifica! ¡Ay, dichosa de ella!..., ¡quién estuviese en su lugar!
La antigua embajadora recordaba al magnate indostánico, su cara cobriza sombreada por un bigote negro, su turbante blanco, enorme, con un brillante grueso y deslumbrador sobre la frente y el resto del cuerpo envuelto en albas vestiduras, sutiles y múltiples velos, semejantes a los pétalos de una flor.
A esto se reducía todo el ornato del cementerio, mas no su vegetación, que por lo exuberante y viciosa ponía en el alma repugnancia y supersticioso pavor, induciendo a fantasear si en aquellas robustas ortigas, altas como la mitad de una persona, en aquella hierba crasa, en aquellos cardos vigorosos, cuyos pétalos ostentaban matices flavos de cirio, se habrían encarnado, por misteriosa transmigración, las almas, vegetativas también en cierto modo, de los que allí dormían para siempre, sin haber vivido, sin haber amado, sin haber palpitado jamás por ninguna idea elevada, generosa, puramente espiritual y abstracta, de las que agitan la conciencia del pensador y del artista.
Sí; eran bocas de flor que se abrían para decir a Feli que era muy bonita. Y yo continuaba con gravedad me adhiero a la sabia opinión de este mitin florido. La brisa de la tarde estremecía los árboles, y una nevada de pétalos caía sobre Feli, enredándose en su peinado.
Allí, torciendo alambres, enhebrando capullos, acocando pétalos, pintando hojillas, se pasaba mi tía toda la mañana, y toda la tarde. Sólo dejaba su labor para atender a los niños y tomarles la lección. La joven venía en ayuda de la anciana. La doncella se pintaba para aquellas labores. De su mano recibían flores y ramilletes el último toque. ¡Qué guirnaldas y qué festones aquellos!
Las mejillas del poeta enrojecieron súbitamente y repuso en tono desabrido: Mi libro no se titula Pelillos a la mar. No, hombre, se titula Pétalos al aire se apresuró a decir Tristán. ¡Ah...! perdone usted, amigo Valleumbroso. No sé cómo se me metió en la cabeza... Es que suena algo parecido... Bien se conoce que soy profano en asuntos literarios.
Palabra del Dia
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