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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Mientras por una parte se hundía el suelo para recibir las aguas del mar, por otra se alzaba hacia el sol para recibir su luz vivificante, así como las plantas enderezan el tallo y vuelven los pétalos hacia el astro que las mira y les da brillo.
Cerraron las ventanillas de un lado, y los rayos del Poniente vinieron a reflejarse un instante en el techo del departamento, retirándose después como niños que acaban de hacer alguna jugarreta. Las montañas se ennegrecían, los celajes más remotos eran de color de brasa; luego se apagaban unos tras otros como una rosa de fuego que fuese soltando sus pétalos encendidos.
Sentíase rejuvenecido por el contacto de los fresquísimos pétalos de tantas y tantas flores, de todos colores y formas, subiéndosele a la cabeza los primaverales perfumes de las rosas, de los junquillos y de los iris... Cada vez que añadía una flor al brazado de la viuda, era para él una delicia rozar apenas los dedos de Camila por entre las hojas llenas de humedad.
Allí había puesto él sus mejores besos: los besos de ternura y gratitud... Pero la suave piel, que parecía hecha de pétalos de camelia, se ensombrecía ante sus ojos. Era verde obscura y manaba sangre... Así la había visto él otra vez... Y se acordó con remordimiento de su puñetazo de Barcelona... Luego se partía con un agujero profundo, de contorno anguloso, igual al de una estrella.
No era de flores, sino de blanca tela o hilos de plata; una mano hábil había plegado el raso blanco, los encajes blancos, los tules blancos, figurando con ellos níveos pétalos y hojas espumosas.
La esclavina y las tiras de una capa bastaban para reproducir todas las escenas de la creación bíblica o de la Pasión de Jesús. El brocado y la seda desarrollaban la magnificencia de sus tejidos. Una capa era un jardín de encendidos claveles; otra, un arriate de rosas o de flores fantásticas de enroscados estambres y pétalos metálicos.
Ahora la tierra estaba en la obscuridad, y sobre el telón azul del horizonte, acribillado de luz, se imaginó ver el crecimiento de una inmensa aparición: una mujer de grave hermosura, coronada de estrellas y con una túnica negra de bordados igualmente siderales, que abría sus brazos gigantescos, arrancando de los jardines del infinito las flores del ensueño, para derramarlas como una lluvia de pétalos fosforescentes sobre el mundo dormido.
Tal es la poética leyenda que nos describe á la tierra como una gran flor de loto cuyos pétalos son las penúnculas extendidas sobre el Océano y cuyos estambres y pistilos son las montañas de Meru, generatrices de toda vida.
Adriana vio como en sueños aquella casa antigua, el patio con sus baldosas blancas y negras, la grande y tupida magnolia, en cuya cima asomaban, medio tapadas por las hojas, enormes rosas blancas. Y recordó también las hermosas diamelas, su aroma embriagante cuando todas las plantas del patio florecían y sus hinchados pétalos, próximos a marchitarse, tomaban un color avinado...
«Ya comprenderás me decía la niña cuan grata fué tu carta para mí. ¡Qué ansia! ¡Qué impaciencia! Toda la noche estuve pensando en la llegada del mozo, hasta que al fín me quedé dormida. ¡Soñé contigo! Soñé que estaba yo en Villaverde, en tu casa y cerca de tí. Tú leías y yo estaba pintando pétalos de rosa. Desperté llorosa y apenada, como si ya no me quisieras, como si no hubiera de verte más.
Palabra del Dia
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