Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 8 de junio de 2025
Las enfáticas frases de los artículos de fondo, los redundantes períodos de los discursos resonaban en sus oídos como el ritornelo del vals en los de la niña bailadora. Aquella llegada de los individuos de la Asamblea de la Unión fue para Amparo lo que sería la de los Apóstoles para un pueblo que oyese hablar del Evangelio y de pronto viese arribar a sus costas a los encargados de anunciarlo.
Luego imaginó que alguna doncella de la duquesa estaba dél enamorada, y que la honestidad la forzaba a tener secreta su voluntad; temió no le rindiese, y propuso en su pensamiento el no dejarse vencer; y, encomendándose de todo buen ánimo y buen talante a su señora Dulcinea del Toboso, determinó de escuchar la música; y, para dar a entender que allí estaba, dio un fingido estornudo, de que no poco se alegraron las doncellas, que otra cosa no deseaban sino que don Quijote las oyese.
Se acercó, no obstante, a lo largo de la tartana, sin que se oyese ni un solo disparo. Entonces, arrojando su amarra, recomendó su alma a Dios, porque, según los informes topográficos y precisos del artillero, era en aquel momento cuando las amplias bocas de los esmeriles debían hacer un fuego del infierno. Esperó, pues, y besó su rosario exclamando: ¡De rodillas, hermanos míos, somos muertos!
Yo no iré, mamá, yo no iré le decía Leonor al oído , sin que lo oyese la directora; aunque ya Leonor le había dicho a esta que, si quería doña Andrea, ella quería ir.
Esto lo dijo bastante alto para que lo oyese el sereno, que daba vuelta a la esquina. El borracho sintió en los ojos la claridad viva y desvergonzada de un ángulo de luz que brotaba de la linterna de Pepe, su buen amigo. El sereno, aquel Pepe, conoció a don Santos y se acercó sin acelerar el paso.
Tres días después de esto, al entrar en la botica, notó que Ballester y Quevedo hablaban, y que al verle llegar a él, se callaron súbitamente. Como había adquirido facilidad para la apreciación de los hechos, aquel se le reveló claramente. Segismundo y el comadrón trataban de algo que no querían oyese Maximiliano.
Ya estaba cerca el enemigo: era posible que se arrastrase cautelosamente, fuera de la senda, entre las ramas de los tamariscos. Se incorporó, requiriendo la escopeta, buscando en su faja el revólver. Tan pronto como oyese un grito de reto o un temblor en la puerta, se echaba ventana abajo, y dando vuelta a la torre, cogía al enemigo por la espalda. Pasó más tiempo... ¡Nada!
Armada de este desdén como de una coraza que la naturaleza piadosa colocara en su corazón escuchaba los insultos de su marido sin pestañear y seguía ejecutando lo que tenía entre manos con la misma calma que si oyese el ruido de la mar. Tristán comenzó a padecer del estómago. Sus digestiones se hicieron penosas, contribuyendo esto a exacerbar aún más su mal humor.
¡Empresas sobrehumanas!... Allá arriba, en las peñas de Lure, existía un bosque de cedros inaccesibles, donde jamás leñador alguno se había atrevido a subir. Va Calendal y permanece allí treinta días completamente solo. Durante treinta días, óyese el ruido de su hacha, que resuena al hundirse en los troncos.
Todos hablaban en voz baja para que no se oyese nada en la calle. Los mismos criados del casino, que dormían en sillas, en la cocina y en el patio, no llegaron a despertarse. D. Luis eligió para testigos al capitán y a Currito. El conde, a los dos forasteros. El médico quedó para hacer su oficio, y enarboló la bandera de la Cruz Roja. Era todavía de noche.
Palabra del Dia
Otros Mirando