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Actualizado: 8 de julio de 2025


Petra dijo, sin cesar de gemir, que necesitaba que la oyese en confesión, que no sabía si era una buena obra o un pecado lo que iba a hacer, que ella quería servirle a él, servir a su amo, servir a Dios, que al fin religión era también el interés del prójimo, pero... temía... no sabía si debía....

A los cincuenta y ocho años de edad representaba tener setenta. Dentro de la casa no se le sentía. Paseaba por los corredores como un fantasma. Trascurrían los días sin que nadie le oyese el metal de la voz. Pero no se mostraba adusto con nadie. Una sonrisa dulce y triste vagaba constantemente por sus labios.

La señorita Guichard exhaló un suspiro, se propuso hacer pagar después á Fortunato las humillaciones que la dedicaba, y no pudiendo hacer cosa mejor que esperar, esperó. Al cabo de quince días, como no recibiese noticias de su prometido ni oyese hablar de él, perdió la paciencia y se decidió á informarse.

9 Y lo pusieron en cárcel con cadenas, y lo llevaron al rey de Babilonia; lo metieron en fortalezas, para que su voz no se oyese más sobre los montes de Israel. 10 Tu madre fue como una vid en tu sangre, plantada junto a las aguas, haciendo fruto y echando vástagos a causa de las muchas aguas.

Porque nuestro Jerez y nuestro Málaga, con su color amarillo sombrío, me parecen tan tristes como el canto de una dueña; mientras que el color rosado y riente de este champaña me llenan el alma de alegría. ¡Dios de verdad! Es como si oyese a mi Juana rasguear en mi guitarra un vivo bolero. Por mi fe; viva el vino de Francia repuso dejando tan vivamente el vaso sobre la mesa, que lo rompió.

Esta idea que no aplicaba con entera fe a los demás, la creía evidente en lo que a ella misma le importaba; estaba segura de que Dios le daba de cuando en cuando avisos, le presentaba coincidencias para que ella aprovechase ocasiones, oyese lecciones y consejos.

Apartáronse con el gobernador, mayordomo y maestresala, y, sin que lo oyese su hermana, le preguntaron cómo venía en aquel traje, y él, con no menos vergüenza y empacho, contó lo mesmo que su hermana había contado, de que recibió gran gusto el enamorado maestresala.

Cuando le llevaron desde la media naranja ó gradería al centro del teatro para que oyese su sentencia, estuvo haciendo piernas, i debiendo durante la lectura permanecer en pie sobre la tarima, á poco rato se sentó en ella.

En esta perplejidad, D. Valentín entraba y salía; asomaba de vez en cuando la nariz á la alcoba, á ver si le veía Doña Blanca y le decía que entrase, y, sin decidirse á entrar, mientras no alcanzaba la venia, preguntaba á Clara por su madre, ni en voz muy alta para que Doña Blanca se incomodase, ni en voz muy baja para que fuera posible que Doña Blanca le oyese y comprendiese que su marido cuidaba de ella y no era un hombre sin entrañas.

En la escena siguiente es otra vez de noche: Blanca recibe otra visita de Enrique, le echa en cara su inconstancia y le ruega que la deje vivir en paz. Oyese ruido, y Enrique desaparece por la abertura oculta de la pared.

Palabra del Dia

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