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Actualizado: 8 de julio de 2025


En su rostro se veían las disculpas que de palabra no daba. Si atropellaba respetos, lo hacía con razón suficiente. Á par de estas cosas, se leía asimismo en el rostro varonil del Comendador la firme resolución de no salir de allí hasta que se le oyese. Doña Blanca se hizo al punto cargo de todo esto.

Me deleita este olor del agua, esta misteriosa agitación de los insectos en los cañaverales, este suave murmullo de las largas hojas estremeciéndose. Oyese a veces una nota triste, y retumba en el cielo como el zumbido de una caracola marina. Es el alcaraván que esconde en el fondo del agua su inmenso pico de ave pescadora, y sopla... ¡ruuú! Bandadas de grullas vuelan por encima de mi cabeza.

¡Que te quemas! ¡que te quemas! exclamó Pepe Castro por lo bajo. Pero no tanto que no lo oyese Jiménez Arbós, que estaba del otro lado de Pepa Frías, y no le acometiese un acceso de risa que procuró con todas sus fuerzas sofocar. Anda, barbiana, alárgame ese frasquito de mostaza dijo Pepa Frías dirigiéndose a Clementina para disimular también la risa que le había acometido.

Estás como una amapola dijo Inesita. El grupo en que habían visto al Conde venía hacia ellas de frente. El Conde iba sin duda a pasar al lado. ¿Quién sabe si les hablaría? ¿Quién sabe si les diría alguna palabra atrevida, que don Braulio oyese? Por este recelo quizá se había puesto tan colorada doña Beatriz.

Todas las noches, al salir de casa con la guitarra colgada del cuello, se le ocurría el mismo pensamiento: «Si Santiago estuviese en Madrid y me oyese cantar, me conocería por la voz.» Y esta esperanza, mejor dicho, esta quimera, era lo único que le daba fuerzas para soportar la vida. Llegó otro día, no obstante, en que la angustia y el dolor no conocieron límites.

10 y le libró de todas sus tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría en la presencia de Faraón, rey de Egipto, el cual le puso por gobernador sobre Egipto, y sobre toda su casa. 11 Vino entonces hambre en toda la tierra de Egipto y de Canaán, y grande tribulación; y nuestros padres no hallaban alimentos. 12 Y como oyese Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres la primera vez.

María, en traje de Semíramis, estaba preparada para salir a escena. Rodeábanla algunas personas. El embozado, que no era otro que Pepe Vera, entró a la sazón, se aproximó a ella y sin que nadie lo oyese, le dijo al oído: No quiero que cantes y siguió adelante con impasible aire de indiferencia. María se puso pálida de sorpresa y enrojeció de indignación en seguida.

Tenía una gran debilidad por falta de alimentos, tos honda y seca y calentura continua; en fin, estaba en camino de la consunción. ¿Y todavía le da por cantar? preguntó la anciana durante el examen. Cantará crucificada como los murciégalos dijo Momo, sacando la cabeza fuera de la puerta para que el viento se llevase sus suaves palabras y no las oyese su abuela.

Así es que hizo muchas gestiones y consiguió que el periódico de mayor circulación de Río, O Jornal do comercio, anunciase con bombo y platillos la feliz llegada y próxima aparición en el teatro de la famosa artista española, y consiguió también que el empresario la oyese, la viese y la ajustase para dar un concierto con intermedios sabrosos de danza andaluza. Pronto llegó la noche de la función.

Viendo que la Pepa no dijera nada, Peñálvez se atrevió a hablarle y le dijo muy quedo, con su voz más tierna e insinuante: Pepa, ¿no me conoces ya?... Pepa seguía silbando como si no le oyese... Pepa, soy Peñálvez, el escribiente de la policía y amigo de don Lucas. ¿No te acuerdas de cuando iba a visitarlo? Pepa continuaba sin responder...

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