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Actualizado: 29 de mayo de 2025


¡Qué aparición, querido mío, la de aquella niña olvidada, demacrada, vestida con una bata blanca, flexible y sedosa, que le daba un aspecto de figura antigua! Con sus cabellos obscuros separados en la frente y unidos por detrás en una gruesa trenza, y con el tímido asombro de sus ojazos, un poco hundidos, parecía un ser celestial.

El pueblo francés es solamente lógico en aparentar que tiene olvidada á la Inglaterra. Ya he dicho que Paris es un cartel inmenso. Si al arbitrio particular quedara, el mercader parisien pondria anuncios de sus géneros hasta en la cabeza de un calvo. ¿Cuántas vidas serian necesarias para leer todos los rótulos y papeles impresos que bullen sin cesar por esta Babel?

La admiración por este abuelo de vida novelesca se amortiguaba al pensar en su madre. Pobre, huérfana y olvidada de sus parientes, había tenido que casarse con un hombre que casi podía ser su padre, llevando fuera de España la vida errabunda de las familias del cuerpo consular.

Sin embargo... parece que... Dígnese usted decirme qué significan sus ingeniosas insinuaciones. Nada absolutamente, amigo mío; no tengo nada que decir a usted ya... Siento solamente que no me haya usted hablado antes de sus proyectos. Me ha tenido usted muy olvidada estos últimos tiempos. La insté inútilmente y no pude sacar nada más.

Pues peor; la gente de guerra cree que las mujeres se toman como las murallas, al asalto... mudemos de conversación... Mudemos... ¿Hace mucho tiempo que habéis venido á Madrid? dijo la Dorotea, procurando mostrarse completamente olvidada de la conversación anterior. Vine ayer. ¡Ayer! , señora, ayer por la tarde. ¿Y no habéis estado otra vez en Madrid? Nunca, señora. Es decir... ¿Qué?...

Espero que esta piadosa vigilia no será perdida para . Sobre aquella fisonomía en que se hallaba impresa una gloriosa paz, y donde parecía verdaderamente errar, yo no qué reflejo sobrenatural, más de una verdad olvidada ó dudosa, se me apareció con una evidencia irresistible.

La duquesita de Biétry, joven, linda y olvidada, tuvo la debilidad de reprochar a su esposo los hábitos que había aprendido en la Opera: ¿No os da vergüenza de abandonarme en un palco, con todos vuestros amigos, para correr no adónde? Señora respondiole él, cuando se tienen fundadas esperanzas de lograr una embajada, ¿no es lo más natural que estudiemos la política?

Ya no me importaba que se hiciera la luz entre los dos. Deseaba casi una explosión aunque ella hubiera de aterrarla; cuanto a su tranquilidad, que una ciega y mortífera indiscreción podía destruir, la tenía olvidada por completo. Fue aquélla una crisis humillante, que me costaría mucho trabajo referirle a usted. Apenas sufría, de tal modo estaba imbuido de una idea fija.

«¡Adiós, Karl!...» La mano de Ojeda había acariciado al niño, y éste movió la cabeza, considerándolo un instante con la expresión del que recuerda de pronto a una persona olvidada. Luego se alejó de él sin un saludo, sin una sonrisa, con el enfurruñamiento de su gravedad precoz. Miraba Isidro la ciudad, alabando su hermoso aspecto. Ya estamos en nuestra América, Ojeda.

El Magistral excusaba palabras, pero no las que aclaraban su proyecto. «¿Qué iba a hacer Petra para poner a la vista del estúpido Quintanar aquella vergüenza? ¿Revelaciones? no podían hacérsele. ¿Anónimos? eran expuestos...». «¡Qué! no señor, nada de eso; ha de verlo él», repetía Petra, olvidada de sus fingimientos, con placer de artista.

Palabra del Dia

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