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En el Uruguay, cuando las guerras jordanistas, un vasco ladrillero, que en su vida había degollado un cordero, obsesionado por los frecuentes degüellos, se ofreció para degollador oficioso, y en el primer candidato que le dieron, desnudo y atado de pies y manos en el suelo, chamboneó de tal manera, que la víctima, en sus retorsiones, rompió las cuerdas que le sujetaban los pies, se incorporó chorreando sangre, degollado a medias, y acometiendo a puntapies al aprendiz de verdugo, lo increpaba: "Si no sabes degollar a qué te metes, ¡vasco de tal por cual!". Este, a su vez, respondía a puñaladas, que entraban en el vientre del prisionero como en un queso, hasta que el espectáculo colmó la medida, y un veterano salió de las filas de las tropas formadas en cuadro, para su edificación, y le puso término.

Consistia en una túnica de tisú de oro y un albornoz de lo mismo, con un cinturon de oro purísimo sembrado de perlas y rubíes, tan gruesos y bellos que no sabia el rústico cristiano quitar de él los ojos mientras el oficioso hagib le endosaba la rica vestidura.

A su lado, un anciano respetable comenta también en voz alta el curso de las operaciones, con palabras agrias que nadie escucha; a pesar de sus anteojos, no ve bien la pizarra: se empina, empuja a los vecinos y jura cada vez que algún oficioso repite la cifra que él no alcanza a distinguir. Encarándose con Rocchio, exclama: ¡Pero esto es la ruina de todos! El país está perdido.

El Alí de Haquín, tu mensajero, me entregó la carta en que me das cuenta de la enfermedad de tu padre Abunazar y de los ruegos y oraciones que has prodigado para aplacar el ángel airado de la muerte. ¡Cuán bien conozco en tu tierna inquietud, en tu oficioso esmero por quien te dió el ser, el espíritu generoso y de fuego que te anima!

En lo cual se procedió sin motivo justo, porque Osorio era bueno, íntegro, fuerte soldado, oficioso, liberal y muy querido de sus compañeros. Del Rio de la Plata ó Paraná; el puerto de San Gabriel y los Charrúas. De aquí partimos á buscar el Rio de la Plata , y llegamos á otro rio dulce, que llaman Paraná-guazú: está lejos este de la boca en que cae al mar, y tiene 42 leguas de ancho.

Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés y comedido, y oficioso; no soberbio, no arrogante, no murmurador, y, sobre todo, caritativo; que con dos maravedís que con ánimo alegre al pobre se mostrará tan liberal como el que a campana herida da limosna, y no habrá quien le vea adornado de las referidas virtudes que, aunque no le conozca, deje de juzgarle y tenerle por de buena casta, y el no serlo sería milagro; y siempre la alabanza fue premio de la virtud, y los virtuosos no pueden dejar de ser alabados.

¿No le parece, señor, que han de venir por allí? decía un hombre a otro que, valido de un pequeño anteojo de larga vista, interrogaba el horizonte con majestad. El interpelado no contestaba nada, y parecía resuelto a emplear la más estudiada reserva con su interlocutor, que se mostraba sumamente interesado en trabar relación con él. ¿Es telescopio ese? insistió el oficioso.

El tratado entre Inglaterra y Francia se firmó el 10 de mayo sin intervención del oficioso Embajador, desatendido, profundamente humillado en aquella corte de que hablaba sin cesar en París cuando quería dar la medida de su influencia . Dudando estuvo si volver á Francia, donde sería patente el desengaño, ó buscar asilo nuevo entre los rebeldes de los Países Bajos ; pero como lo segundo fuera aventurado , desandó el camino de la Embajada, sin obtener la atención siquiera de que le avisaran la salida de aquella armada de 150 velas, conductora del ejército que al mando de Essex había de atacar á Cádiz , donde esperaban, por lo contrario, al iniciador de la empresa .

Del almuerzo que nos aguardaba en la fonda debo decir, no como dato oficioso y trivial, sino para instrucción de los viajeros que vayan á Salamanca, que nada tenéis allí que temer, y muchos goces que prometeros, por muy gastrónomos y delicados que seáis. El Hôtel del Comercio se encargará de no desmentirme. ¡Qué tortilla! ¡qué truchas! ¡qué jamón! y ¡qué peras..... de cristal!

Súpolo éste, que faltar no podía oficioso que con el chisme fuese, y diz que su excelencia amainó tan luego como tuvo aviso de que el arzobispo había tenido reunión de teólogos y que, como resultado de ello, traía el ceño fruncido y se estaban cosiendo en secreto bayetas negras. El cleriguillo, abandonado por su padrino el virrey, marchó a España bajo partida de registro.