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Actualizado: 26 de octubre de 2025
Además y esto no quería confesárselo , le daba cierta envidia el aire satisfecho y triunfante del sabio. Novoa no sufría repulsas y desvíos; era la mujer la que lo buscaba, esforzándose por halagar sus aficiones, fingiendo un interés científico por cosas que nada le importaban; todo para conservarlo bajo su dominación. ¡Hombre feliz y antipático!...
Doy mi parte por cien mil francos en billetes dijo con voz grave. Y mientras los demás reían, él quedó con la mirada fija en Novoa. ¡El mar!... ¡quién diría que el mar!... Aquel sabio sabía mucho; y él, con repentina veneración, se propuso escucharlo siempre. Una noche, Atilio y el príncipe comieron solos.
Consideraba ya inútil seguir hablando con este imbécil. Se levantó, y el músico, trémulo aún por su indiscreción, dió muestras de igual apresuramiento por terminar la visita. ¿Y Novoa? preguntó el príncipe al llegar á la puerta de la casa . ¿Se ha ido también?... No; éste seguía en Mónaco, trabajando en el Museo cuando no tenía ocupaciones más urgentes.
Le tenía en este momento por el primero de sus amigos. Pero ¿qué era el encargo?... Novoa continuó, con cierta vacilación. El día anterior, después de su encuentro con el príncipe, había visto á aquella señorita... aquella señorita acompañante de la duquesa. El se lo contaba todo; una mala costumbre, pero los enamorados no siempre han de hablar de ellos mismos...
El príncipe no protestó al oir que Novoa le suponía enamorado, atribuyendo aquel duelo á la influencia de una mujer. Y siguió guardando silencio, mientras el profesor, por una asociación lógica, empezaba á hablar de Alicia. Este sabio bueno y sencillo mostró una verdadera alegría al comunicar ciertas noticias que juzgaba agradables para Lubimoff. Igual interés sentía por su compatriota Martínez.
Y teniendo en cuenta prosiguió Novoa el curso del oro antes de la guerra, el lingote que nos corresponde á cada uno de los humanos representa ciento veinte millones de francos. Fué cortado el silencio por un ruido estridente. Castro volvió la cabeza, creyendo que Spadoni roncaba. Al ver sus ojos desmesuradamente abiertos, comprendió que era un suspiro emocionado, una exclamación de sorpresa.
Le espiaban, estaba seguro. Atilio, detrás de los visillos, seguía indudablemente sus paseos entre los árboles. Tal vez Spadoni, que había pasado la noche en Villa-Sirena, saltaba de la cama, perdiendo dos horas de sueño, para contemplar esta novedad estupenda. Hasta Novoa habría suspendido su lectura para mirar hacia el jardín. Alicia notó esta soledad. Ni invitados ni servidores.
Dos días después, Lubimoff vió salir, una mañana, al coronel, vestido de negro. Iba al entierro de Martínez. El y Novoa, como españoles, tenían el deber de acompañar al héroe en su último viaje sobre la tierra. A la vuelta relató al príncipe sus impresiones, con una concisión dolorosa. Unos cuantos oficiales convalecientes habían seguido al féretro.
Sí; desperté al pie de mi cama, y oí la voz de Castro en el pasillo insultándome por haber cortado su sueño con mis gritos. No ría usted, profesor. Es muy triste soñar esas grandezas, como si uno las estuviese tocando, y verse hoy tan pobre como ayer, tan pobre como siempre, y además con una mala suerte tenaz. La pobreza y la mala suerte de Spadoni hicieron protestar á Novoa.
En la explosión de su dolor, debía habérsele escapado á Alicia una parte de su secreto delante de Valeria y ésta se lo habría hecho saber á Novoa. Luego hablaron del aislamiento en que vivía la duquesa. Hace un mes que nadie la ve dijo Spadoni . Las gentes empiezan á olvidarse de ella; muchos creen que se ha marchado.
Palabra del Dia
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