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Actualizado: 26 de octubre de 2025


Sólo un soberano, un rey, podía hacer esto; y el antiguo oficial de la marina española, llegado á príncipe, lo había hecho. Gracias á él prosiguió Novoa , la oceanografía, que apenas era nada, aparece hoy como un estudio serio. Sus yates han sido laboratorios flotantes, cruceros de la ciencia, que poco á poco han realizado las primeras conquistas de la profundidad.

En los Estados Unidos, un rey de no qué artículo daba cien mil dólares por una silla, para seguir de cerca mi juego irresistible. Jamás se pagó tanto por ver los pelos de un concertista ó los brillantes de una tiple. ¿Y Monte-Carlo? preguntó Novoa, interesado por estos delirios del jugador. A él llegamos. Lo había guardado para el final, pensando en el dinero que dejé aquí.

Había olvidado decirle que me vi en la necesidad de fundar un Banco, sólo para mis tesoros. Y siempre que el Banco de Londres ó el Banco de Francia se veían en un apuro, me enviaban atentas cartitas para que los sacase del atolladero. Novoa rió de la sencillez con que el pianista contaba sus grandezas. Parecía obsesionado aún por su ensueño.

Continuaba riendo de su propio comentario, sin ninguna intención oculta. El secreto de Alicia sólo él podía conocerlo. Aún dieron varios paseos entre los cañones y los árboles. De pronto, empezaron á sonar las campanas de las iglesias y conventos de Mónaco, conversando, á través del éter cargado de luz, con las del fronterizo Monte-Carlo. Las doce. Novoa se inquietó.

Yo llevo, como usted dice, una «vida interior», siempre á solas con mis pensamientos, y cuando paso allá la noche, duermo mal, sufro de ensueños, muy hermosos al principio, pero luego muy tristes. ¡Ay, qué buenas veladas las nuestras cuando hablábamos de cosas científicas! Novoa sonrió. Para el músico, el juego y sus misterios eran cosas científicas.

Todos los días guardo algo, y eso que ahora gasto más que nunca. Hay que ser chic, como mi novia. Toledo se limitaba á contestar con una sonrisa equívoca. La dicha de Novoa iba acompañada de cierto orgullo. Tenía á su futura compañera por una gran dama, de mayor capacidad intelectual y más serios estudios que todos las de su clase. Era pobre, y por eso vivía en un estado casi de servidumbre.

Estaba terminando de almorzar, cuando su ayuda de cámara anunció con tono ceremonioso: «El señor profesor NovoaPresintiendo Miguel algo muy interesante para él, recibió al español con una efusión extraordinaria nunca vista por Toledo. ¡Incomparable Novoa! ¿De veras que había almorzado ya? ¡El buen orden de los solitarios de Mónaco!... Entonces, tomaría café con él.

El pianista abrió los ojos con asombro; Castro se removió en su asiento; Novoa se quitó los lentes con un gesto maquinal de sorpresa, volviendo en seguida á montarlos en su nariz. Hubo otro silencio. Eso que propones dijo al fin Atilio sonriendo me recuerda una comedia de Shakespeare. ¡Nada de mujeres! Y el protagonista acaba por casarse.

Al lado del dueño estaba el último convidado, el más reciente en la casa, un joven pálido, larguirucho y miope, que miraba á todos lados con timidez, conteniendo sus movimientos. Era un profesor español, un doctor en ciencias, Carlos Novoa, pensionado por el gobierno de su país para hacer estudios de la fauna marítima en el Museo Oceanográfico.

La vida ha cambiado mucho desde que usted se fué, príncipe. Todos sienten un hambre feroz de divertirse. Lo primero que ha resucitado con la paz es el tango. Después, Novoa piensa en él. ¿Qué puedo hacer aquí?... Estoy pobre; cuanto tenía en mi tierra lo he dejado en el Casino.

Palabra del Dia

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