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Actualizado: 20 de noviembre de 2025
¿Qué? Saber algo del joven. ¡Cómo! ¿no sabe usted bastante? dijo el notario sorprendido. ¿Qué más quiere usted saber?... ¿Cómo es ese caballero?... ¡Ah! es muy justo dijo el notario tomando de su cartera otro sobre. Vea usted su fotografía... Y dándosela a la abuela, esperó el resultado del examen.
Sí, me alegro de que volvamos a ver al viejo cura, y, sobre todo, al joven oficial... ¡Cómo! ¿sobre todo? Seguramente... porque era tan conmovedor lo que el notario de Souvigny nos contó de él, el otro día, tan noble la acción del artillero cuando era niño, tan noble, tan noble, que yo buscaré esta noche la ocasión de decirle lo que pienso, y la encontraré!
M. L'Ambert aceptó, con el humor que pueda suponerse cualquiera, la mano que le tendía su rival, y se hizo conducir al faubourg Saint-Germain en compañía de sus dos amigos. DONDE DEFIENDE EL NOTARIO SU PELLEJO CON MÁS
Abrió los ojos, pasó una mirada vaga a su rededor, y lanzó un profundo suspiro, tendiendo los brazos. El notario le tomó la mano y dijo con voz trémula: ¡El papel! ¡La prueba! ¡Aquí está! Y volviéndose a la condesa: Ahora, señora, tendréis que reconocer que fuisteis vos quien ordenó que robara la niña a vuestro sirviente.
Gracias por vuestros consejos respondía el obstinado; pero no necesito tantos requisitos para cortarle las narices a un notario. El objetivo de su venganza no tardó en aparecer entre dos cristales de gafas, a la puerta de un carruaje. Pero M. L'Ambert no descendió, limitándose a saludar.
Durante todo el día la abuela mostró una actividad febril y estuvo yendo y viniendo de la casa del padre Tomás a la del notario y viceversa. Aquello era el cuento de nunca acabar. Era tal su gozo, que no se fijó en las cosas que más le chocaban habitualmente.
MÁXIMO. En casa le dejo, escribiendo una carta para su notario. ¡Incomparable amigo!... ¡Ah! ¿no sabes? Anoche, cuando volvimos a casa, le referí tu novela paterna... la novela de dos capítulos. Está el hombre indignado... pero en ello vamos ganando, que así le tenemos a nuestra completa devoción, y con más alma y cariño nos defiende.
Y acompañando el gesto a la palabra, hizo ademán de echarse la escopeta a la cara, señalando al animal con el dedo. El gato comprendió la intención, dio un salto atrás y fugose, para reaparecer doscientos pasos más lejos, lavándose la cara, entre unas matas de colsa, como si aguardase a los parisienses. ¿Te has propuesto seguirnos? exclamó el notario repitiendo la amenaza.
Y el notario, con voz melosa, ampliaba su respuesta: «Buenos días, señor marqués.» «Buenos días, señor barón.» Sus relaciones no iban más allá; pero Ferragut sentía por los nobles personajes la simpatía que sienten los parroquianos de un establecimiento, acostumbrados á mirarse durante años con ojos afectuosos, pero sin cruzar mas que un saludo.
En cambio, vieron un gato, el horrible gato blanco con manchas rojizas, que se relamía con placer los labios ensangrentados. ¡Maldición! exclamó el marqués, señalando al animal. Todo el mundo comprendió el gesto y la exclamación. ¿Será tiempo todavía? preguntó el notario. Tal vez contestó el médico. Y todos corrieron hacia el gato.
Palabra del Dia
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