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Actualizado: 20 de noviembre de 2025
Hasta que el diálogo tomó otro giro, estuvo como una estatua, fijos en Miquis los ojos: «Oyes. ¿Sabes que te me estás pareciendo a la pantera del Retiro? ¿Por qué me miras así y no dices nada? Pues bien: mi suegro, que es notario de la casa de Aransis, vendrá a hablarte; te anuncio esa grata visita.
Ustedes dispensarán, señores dijo el notario interrumpiendo su narración; pero el acto va a empezar y no quiero perder un solo pasaje de la ópera, pues para eso me he abonado... Continuaré en el otro entreacto. Dos días después volvió Judit a abrir su balcón muy de mañana, y vio también a la puerta el carruaje del Conde.
Síntoma alarmante; no se interesaba ya por los ruidos de la calle ni por la charla de las comadres, no levantaba los ojos al ruido de los zuecos en la calle, ni al de los coches del notario o del médico, no hacía caso de las voces de las vecinas que iban a informarse de la salud de «la querida señora».
Los dos hermanos siameses que excitaron un día la curiosidad de toda Europa no estaban tan indisolublemente unidos. Pero aquéllos eran hermanos, acostumbrados a soportarse mutuamente desde la más tierna infancia, y habían recibido la misma educación. Si uno hubiese sido aguador y el otro notario, tal vez no hubiesen dado el espectáculo de una amistad tan fraternal.
¿Le han protegido los principios religiosos? Acaso le han sostenido y preservado mucho tiempo... Y después, qué diablo añadió nuestro notario falto de argumentos, los principios religiosos salvan el edificio, pero no impiden las grietas... en ciertas naturalezas. Y bien dijo la abuela, nosotras no queremos grietas, está decidido. He vuelto, pues, a ser una joven como las demás... ¡Qué suerte!
Sí, la amo; lo confesaré a todo el mundo, y todo el mundo me envidiará... empezando por usted, señor notario, que no me escucha... y que tan atentamente examina esos fárragos de papeles.
Rara vez, y por mil razones, estaban los dos de acuerdo, y la diversión favorita de Raúl era hacerlos regañar sobre un asunto cualquiera y ver la cara asustada del cura ante las réplicas agridulces del notario.
Cuando partieron los dos hidalgos, ya se había calmado la efervescencia de la discusión sobre la gracia, y el médico, en voz baja, le recitaba al notario ciertos sonetos satírico-políticos que entonces corrían bajo el nombre de belenes. Celebrábalos el notario, particularmente cuando el médico recalcaba los versos esmaltados de alusiones verdes y picantes.
Los turcos, que se paseaban juntos y cariacontecidos, porque el fuego de Ayvaz-Bey habíase extinguido en un segundo, aproximáronse también a sus antiguos enemigos. Hallose sin trabajo el lugar donde los combatientes habían pisoteado la fresca y naciente hierba; recuperáronse las gafas de oro, pero las narices del notario no hubo forma de encontrarlas.
Un instante después atravesaba la plaza con paso diligente e iba a llamar a casa del cura con gran admiración de los muchachos. Liette, que le había seguido con tierna mirada, se volvió entonces hacia el notario. ¿Qué hay? le preguntó sin otro preámbulo.
Palabra del Dia
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