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Actualizado: 20 de julio de 2025
¡Sanjurjo!... ¡Sanjurjo, venga usted! dijo con voz alterada, sin saludar, sin ver siquiera a don Mateo. El notario se levantó tranquilamente y entró en el salón con él. Don Víctor no hizo alusión ninguna a aquella repentina marcha. Quedó departiendo amigablemente sobre lo mismo que estaban hablando con don Mateo, el cual, aunque un poco sorprendido, no se atrevía a preguntar nada.
...Antes que hacer una boda como las que veo todos los días... No quiero arreglar un negocio, sino asegurar mi dicha. Bueno, pero, una entrevista... propuso el notario. Sí dije con amargura; una entrevista en la que los dos estaremos tiesos y falsos iluminará enormemente mi juicio... En fin, di adónde vas a parar exclamó la abuela violenta. El uso quiere que las cosas se hagan así...
¡Ay! suspiraba el pobre notario, que había alimentado mucho tiempo otra esperanza, mi ahijado no sospecha el perjuicio que me ha hecho. Pero, lejos de guardarle rencor, el excelente hombre le daba el cariño que su madre adoptiva no quería.
El notario fue de un salto a mirarse en el espejo. ¡Horror y maldición! como dicen en las novelas de la antigua escuela. Se vio tan desfigurado como el día que volvió de Parthenay.
Diose en ella un poco de colorete; pero sólo logró hacer resaltar más aun finura increíble de aquella línea recta y sin espesor que dividía su rostro en dos mitades. La fantástica nariz del desesperado notario hacía recordar la varilla de hierro que proyecta su cortante sombra sobre la esfera de los relojes de sol.
»Contrato elevado en Pamperigouste, en el estudio de Honorato, estando presentes Francet Mamaï, tañedor de pífano, y Luiset, alias el Quique, portador de la cruz de los penitentes blancos. »Los cuales firman con las partes y el notario, previa lectura...» ¡Valiente susto les he dado a los conejos!
Para mí importa tan poco el físico en la cuestión del matrimonio, que no me fijé gran cosa en las facciones de aquel señor que me ofrecían como pudieran ofrecerme otra cosa. Ha comprendido usted mal, caballero dije al notario devolviéndole su fotografía. Preguntaba cómo era moralmente ese caballero, el señor X... hasta más amplia información. No tiene ningún vicio afirmó redondamente el notario.
No obstante, entre la vida y la muerte estuvieron hasta el siguiente día, en que se les apareció por segunda vez la imagen del benéfico sacerdote, acompañado de un notario, que resultó antiguo conocimiento de Doña Francisca Juárez de Zapata.
El notario salió, y los prometidos esposos cayeron de rodillas a los pies de Juanita. Escúchenme les dijo, después de hacerles levantar; el matrimonio de ustedes se llevará a cabo, y no me den las gracias agregó vivamente. Las condiciones que se me imponen, nada me cuestan. Hace mucho tiempo que me he prometido a mí misma y he jurado a Dios no volver a casarme; cumpliré este juramento.
Pues ¿y la cuñada mademoiselle Dosne, la ninfa Egeria del presidente?... Era cosa graciosísima verla coser los botones de la bata de son beau-frère Adolphe... Parecía el ama de llaves de un notario acomodado. ¡Era una trinidad deliciosa!
Palabra del Dia
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