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Actualizado: 26 de junio de 2025


Los novelistas, sin embargo, sienten cierto aristocrático desdén hacia la literatura dramática, á su juicio sobradamente artificiosa y mercantil. Cuentan que Honorato de Balzac y Alejandro Dumas se encontraron una tarde en la puerta de la Comedia Francesa. Dumas acababa de entregar el manuscrito de La señorita de Belle-Isle.

»Contrato elevado en Pamperigouste, en el estudio de Honorato, estando presentes Francet Mamaï, tañedor de pífano, y Luiset, alias el Quique, portador de la cruz de los penitentes blancos. »Los cuales firman con las partes y el notario, previa lectura...» ¡Valiente susto les he dado a los conejos!

En los escaparates de una confitería en la calle de San Honorato descubrimos un Pio IX de azúcar, y en la esquina del gran hotel del Louvre, hácia la plaza del Palacio Real, un Napoleon de chocolate, montado á caballo. Digo la verdad, sin embargo de no ser pontífice ni emperador, no me sabria bien que una escultura tan original confiase el secreto de mi fama al chocolate y al azúcar.

Arruinó al par, y después á un consejero del Parlamento, y luego á un caballero de San Luis, y después á un tendero de la calle de San Honorato, explotó cuanto pudo su hermosura hasta los veinticinco años, en que rica y célebre, se casó con un hermoso oficial de mosqueteros que encontró inoportuno pedir honra á una dama tan hermosa, tan rica y tan pretendida. El duque había logrado su objeto.

Uno es sastre del rey de Holanda, otro del de Cerdeña; otro manifiesta una medalla del emperador de Prusia ó de Austria; tal almacen se titula proveedor de María Cristina, como he visto en la calle arrabal de San Honorato. Aquí una tienda de gusto chinesco; allí otra de gusto árabe, persa, griego ó ruso.

El conde y la condesa de Villanera, después de un largo viaje cuya historia no ha sabido nunca París, han vuelto hace tres meses a su palacio del faubourg de San Honorato. La condesa viuda que había partido con ellos, y la duquesa que se les había unido a la muerte del duque, compartían sin celos el gobierno de una gran casa y la educación de una linda criatura.

Afirmo, bajo mi palabra de honor, que hemos visto aquellos bustos originales en los lugares indicados; el de azúcar, en una de las confiterías de la calle de San Honorato, y el de chocolate, en la esquina del gran hotel del Louvre. Pero estaban admirablemente ejecutados, se dirá.

Abandonada por sus adoradores, y olvidada del público, María Ana se refugió en su hotel de la calle de San Honorato, donde vivió varios años entregada á sus cacatúas, á sus perros y á sus gatos; aquellos serían sus últimos amantes, los más fieles.

Teófilo Gautier describe de este modo pintoresco las pruebas de imprenta de Honorato de Balzac: «Unas rayas gruesas partían del principio, del centro, del fin de las frases hacia las márgenes de arriba a abajo, de izquierda a derecha, con infinitas correcciones. A veces parecía un castillo de pirotecnia dibujado por un niño. Del texto primitivo apenas quedaban algunas palabras.

Vayamos en pos de ese hombre privilegiado que recibió de la suerte, con el don de una ilustre prosapia, los de la fortuna, la distinción, la belleza y la dicha, porque es el protagonista de nuestra historia. Salió de su casa al trote corto, y a este paso llegó al bulevar: dejó atrás la Magdalena, y tomando por el arrabal de San Honorato entró en la calle de Angulema.

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