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Actualizado: 20 de noviembre de 2025
Magdalena... Y la abuela, suspirando fuertemente, me miró con tierna piedad. No me comprende, es seguro, y yo no la comprendo tampoco. He recibido hace un momento prosiguió la abuela, una esquela de nuestro notario y amigo el señor Boulmet, que me ruega que le reciba a las dos. No me oculta que su visita tiene por objeto un proyecto de matrimonio... ¡Oh! no, no exclamé con espanto. ¡Ah!
Dicho esto, arrancó el contrato de las manos de su hermana, lo alargó a Fernando, el que lo hizo pedazos y los arrojó sobre el tapiz. Juanita contempló a los jóvenes con una dulce sonrisa, tendió hacia ellos sus manos, y dijo al notario con acento melodioso: Señor Perico, tenga usted la bondad de rehacer el contrato como estaba, y tráigamelo mañana... Ahora, déjenos: quiero estar sola con ellos.
La situación vale lo que vale el hombre... Es cierto confirmó la abuela con seguridad. Ese caballero me es muy simpático. A mí no respondí por lo bajo, mientras la abuela daba unos pasos para acompañar al notario llenándole de testimonios de agradecimiento. En cuanto desapareció, la abuela se me acercó bruscamente.
Todavía, para mayor remordimiento, añadió unas cuantas cuchilladas... En la misma noche, estando su padrino invitado á cenar, el notario habló de cierto retrato adquirido meses antes en las inmediaciones de Játiva, ciudad que miraba con interés por haber nacido los Borgia en una aldea cercana. Los dos hombres eran de la misma opinión.
Volvió el notario a la realidad de la vida, y respondió con el tono más desenvuelto del mundo: Ese estúpido animal me ha distraído. No podéis imaginaros, marqués, los estragos que estas bestias ocasionan en la caza. Se comen más nidadas que perdigones tiramos nosotros. ¡Si tuviese una escopeta!...
¿Que quién le contará a usted esa historia? exclamó con aire de triunfo; yo, que la conozco, sin omitir detalle. ¿Usted, señor Baraton? Yo mismo. Hable usted, hable. Y todas las cabezas fijáronse en el narrador. Pues bien repuso el notario con aire importante y tomando un polvo de rapé. ¿Quién de ustedes ha conocido...? En aquel instante se dejaron oír los primeros acordes de la orquesta.
PANTOJA. Justo... Y para que se persuadan de que nada temo, pueden traer, a más del notario, al señor delegado del Gobierno. Mandaré abrir las puertas del edificio... permitiré a ustedes que hablen cuanto gusten con Electra, y si ella quiere salir, salga en buena hora... MARQU
Henos aquí dijo el notario. ¡Cómo! ¿está empleado el auvernés en este establecimiento? Sin duda alguna: yo mismo le he buscado esta colocación. Vamos, el mal no es tan grande como llegué a suponer. Pero, de todas maneras, habéis cometido una imprudencia imperdonable. ¿Qué queréis decir? Entremos.
Encantado entonces por tener, a mi vez, una historia que contar, hice saber en pocas palabras a mis oyentes la que acabo de referir a ustedes, acaso con demasiada extensión. Todos me escucharon atentamente y empezaron a formar conjeturas. El profesor rememoraba sus antiguos recuerdos; el notario se sonreía con malicia.
Pocas horas después de su llegada celebraron varias entrevistas misteriosas con gentes adineradas de la población, y a los tres días firmaron, ante notario y como subditos de potencia extranjera, la escritura de compra de un caserón antiguo convertido en fábrica por un industrial que, arruinado durante la guerra civil, tuvo que malvender su hacienda.
Palabra del Dia
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