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Actualizado: 30 de junio de 2025
Lili se detuvo en la gran peña blanquecina, agujereada, muzgosa, que en la boca misma del abismo estaba, como encubriéndola. Fijáronse allí todos los ojos, y al punto observaron que se movía un objeto.
¡Demontre! llegáis a tiempo exclamó el notario, colérico. ¡Estoy, por lo visto, hechizado! ¡el diablo ha tomado posesión de mi persona! Las miradas del doctor fijáronse en seguida en la nariz de su cliente; pero encontrándola, al parecer, sana, de buen aspecto, y fresca como una rosa. Me parece observó, que marcha todo muy bien.
Mirando al muelle cada vez más lejano, con sus personas súbitamente empequeñecidas, fijáronse en un hombre que agitaba el sombrero y abría los brazos haciendo locos movimientos de despedida. ¡Pero si está allí!... ¡Si es el belga, que nos dice adiós!... La noticia hizo correr al pasaje en masa a un lado del vapor. Sí; era él: todos lo reconocían.
Llegó el sábado; fijáronse en las esquinas los carteles teatrales, leyolos, calculó cuál sería la función más larga, y vio que en la Zarzuela representaban un melodrama en cinco actos, seguido de sainete; es decir, cinco entreactos, que era lo que a él le interesaba.
Al cabo de algunos minutos cambió de postura, suspiró con fuerza y abrió los ojos, que eran negros como la tinta. Fijáronse un instante con vaga expresión de asombro en el duque, y cerrándolos de nuevo murmuró una interjección de carretero, hundiendo al mismo tiempo su cara en la almohada.
Al rayar este dia se caminaron casi tres leguas, porque no se habia de pasar adelante, si no es que incauto el ejèrcito se acercase demasiadamente al enemigo, y se presentase á su vista: fijáronse los reales, no en circulo como otras veces, sino en dos líneas, en órden de batalla, distante solamente dos leguas de los contrarios.
Al punto las miradas de todos fijáronse con cierto respeto en un venerable armario de añejo roble que en el testero principal de la habitación desde largos años existía. Acercóse a él la Sra. Condesa, y abriéndolo, sacó una espada larguísima, con su vaina y tahalí, las tres piezas muy marcadas con el sello de honrosa antigüedad.
No había arte en el mundo que pudiese embellecer su horripilante mascarón. Una noche, al pasar por la Puerta del Sol, fijáronse los dos en los gritos de los vendedores de periódicos. Pregonaban «la horrible catástrofe» ocurrida aquella mañana, con incalculable número de muertos y heridos.
¿Que quién le contará a usted esa historia? exclamó con aire de triunfo; yo, que la conozco, sin omitir detalle. ¿Usted, señor Baraton? Yo mismo. Hable usted, hable. Y todas las cabezas fijáronse en el narrador. Pues bien repuso el notario con aire importante y tomando un polvo de rapé. ¿Quién de ustedes ha conocido...? En aquel instante se dejaron oír los primeros acordes de la orquesta.
Sus ojos deseaban y temían encontrar las cosas; fijáronse en un paquete de cartas, recorrieron con sobresalto algunos renglones, y se apartaron con horror como de un espectáculo de oprobio. «Se quemará todo esto» dijo poniendo a un lado el paquete execrable. Después halló un pliego en que estaba empezada una carta.
Palabra del Dia
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