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Actualizado: 20 de noviembre de 2025
No obedece con tanta sumisión al Polo Norte la aguja imantada, como Romagné a M. L'Ambert. Esta heroica mansedumbre enterneció el corazón del notario, que, a decir verdad, nada tenía de blando. Sintió por espacio de tres días una especie de gratitud por los buenos cuidados que le prodigaba su víctima; mas no tardó en cobrarle antipatía y hasta horror.
Los que nunca han visto a un notario corriendo tras sus narices no podrán hacerse cargo de su ardor. ¡Adiós frambuesas y fresas! Por dondequiera que pasaba el alud, quedaba la cosecha apabullada, destruida, aniquilada; todo eran flores mustias, brotes rotos, ramas tronchadas, tallos pisoteados.
Si fuese jugador, mujeriego o borracho, mi colega de Plany no me lo recomendaría tan eficazmente. Seguramente apoyó la abuela muy satisfecha. ¿Constituye, pues, una cualidad el no ser jugador, mujeriego, ni borracho? pregunté. No, no, no digo eso; pero, en fin, así se tiene la seguridad de que no hay tacha. ¿Tiene corazón? pregunté sencillamente. ¿Corazón? dijo el notario sorprendido.
Los deberes sociales... son muy respetables en efecto dijo el canónigo pariente del Ministro, a quien la proposición había parecido regalista, y por consiguiente digna de aprobación por parte de un primo del Notario mayor del reino.
Veamos les dije; ¿quién de estos señores, que todo lo saben, nos dará la clave de este enigma? ¿Quién nos podrá contar la historia de ese palco misterioso? Todos permanecieron silenciosos, hasta el profesor, el cual, pasándose una mano por la frente como procurando recordar la anécdota, hubiera concluido probablemente por inventar una; pero el notario no le dio tiempo para ello.
Ahí está Barras. Entraba el conde, frío y altanero según su costumbre. El principal se levantó con deferencia para introducirle en el despacho del notario, a quien encontró solo con gran asombro suyo. ¿Dónde diablos se han metido los otros? Puede que en algún armario dijo el joven Candore, que había estado en París y se jactaba de conocer las piezas de Hennequín.
En sus últimos tiempos, el notario llegó á sospechar que Ulises no iba á ser el jurisconsulto célebre que él había soñado. Huía de las clases, para pasar la mañana en el puerto ejercitándose en el remo. Si entraba en la Universidad, los bedeles le vigilaban, temiendo la largura de sus manos.
Afortunadamente, un antiguo amigo de mi padre que habita en París, y que en otro tiempo era el encargado de los negocios de nuestra familia en calidad de notario, ha venido á ayudarme en estas tristes circunstancias: me ha prometido emprender él mismo, un trabajo de liquidación que presentaba á mi inexperiencia dificultades insuperables.
Esto es todo lo que tenía que decir a usted. Conste. De hoy en adelante esperaré su buen deseo. Vuelto a su casa después de esta declaración un poco original, el digno notario se sentó muy pensativo en su escritorio. ¡También ella! murmuró con un poco de despecho. Una inteligencia tan superior dejarse coger por las vulgaridades de ese belitre... ¿Qué tiene ese hombre de particular?
¿Qué le pasa a la chica de Gardier?... Hace un ruido... Es casi indecente... Es que se da importancia respondió la otra por lo bajo... Piense usted, querida, que el señor Boulmet, el notario, se está ocupando de casarla... ¿Hace mucho tiempo?
Palabra del Dia
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