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Actualizado: 23 de junio de 2025
Y Echeloría, por su parte, a más de encantar a Mutileder con los cantares que sabía entonar, le había hecho una honda de pita, tan llena de sutiles y primorosas labores, que él se quedaba horas enteras embobado contemplando la honda.
A pesar de todo, fuerza es confesar que en verano hacía entonces en Aratispi un calor de todos los demonios. Echeloría quiso, con razón, tomar algunos baños de mar, y su padre la llevó a un puerto muy bonito, cerca de Málaga, que D. Juan Fresco y yo calculamos que debió de ser Churriana. Naturalmente Mutileder fue a Churriana también, acompañando a su futura.
Allí tenía Mutileder una prima, que era un sol de belleza, con diez y ocho años de edad, y más rubia que él, si cabe. Esta prima se llamaba Echeloría. Su padre, viudo y muy rico, la idolatraba. Mutileder y Echeloría eran de casta ibera purísima, sin mezcla alguna de celtas ni de fenicios.
Así, pues, lo natural era que, viendo Salomón a Echeloría enamorada de otro, afligida y llorosa, y rechazándole por estilo arisco y montaraz, había de mostrarse desprendido. Al hacer esta suposición, muy plausible, Mutileder se ponía colorado de vergüenza.
Mutileder llegaba a columbrar como probable que el Rey le hiciera buscar para entregarle a la muchacha, y hasta que quizá se allanase a ser padrino de la boda.
Imaginaba que Echeloría había de llorar por él y había de decir a Salomón, con todo miramiento y finura, que no le amaba porque amaba a otro; y daba por cierto que Salomón, que era benigno con las mujeres, y tan galante y condescendiente que las consentía tener ídolos de la tierra de cada una de ellas no debía de ser feroz con Echeloría, sino que, no bien supiese que su ídolo era Mutileder, había de ceder en sus pretensiones.
Salomón tuvo una curiosidad y quiso que Abaris con el mayor sigilo la satisficiese. ¿Hay algo de verdad, le dijo, en lo que afirmas de que eres padre de Echeloría y de Mutileder? En mi vida estuve en Iberia, contestó riendo Abaris. Confiesa que mi remedio ha sido ingenioso y eficaz. Sin él no se hubieran curado los chicos y hubieran sido capaces de morirse.
Tres días antes de la llegada de Mutileder y de Chemed, Adherbal se había puesto en marcha para tomar el mando referido. Adherbal debía pasar por Jerusalén. Mutileder no pensó más que en perseguirle y alcanzarle, antes de que se embarcara para tan larga navegación, de la que sabe Dios cuándo volvería.
En efecto, los filisteos la impresionaron agradablemente; pero Mutileder, su capitán, le pareció una divinidad y no un hombre cualquiera. Era Guadé tan hermosa como las noches serenas del estío; sus ojos brillaban como carbunclos, y en oposición a su rostro, algo tostado, relucían como perlas sus dientes blanquísimos. Sabía mucho. Era un Salomón con faldas.
Los primos estaban como dos tortolitas, arrullándose siempre. Mientras más miraba él a Echeloría, más linda y angelical la encontraba y más melifluo se ponía con ella. Y mientras más miraba Echeloría a Mutileder, mayor número de perfecciones y de excelencias hallaba en él.
Palabra del Dia
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