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Actualizado: 23 de junio de 2025
Pues no digamos nada, porque sería cuento de nunca acabar, de la mutua admiración que nacía en ambas almas al considerar el talento o la habilidad del objeto de su amor. Cada pedrada que tiraba Mutileder mataba un pajarillo y partía el corazón de Echeloría, a fuerza de entusiasmo.
Encubriendo siempre en los abismos oscuros del alma su terrible propósito de matar a Echeloría y de matarse él, Mutileder se ingenió de suerte que se ganó la voluntad de sus jefes inmediatos y hasta del General Benaya, tan ágil para cortar cabezas, según lo demostró a principios de aquel reinado, enviando al otro mundo, a fin de cimentar bien el trono, a Adonia, hermano mayor del rey, y a otros personajes.
Todo era cavilar en balde qué habían de hacer para salvarlos. Llegaron hasta a ser tan generosos que proyectaron ceder él a Echeloría y ella a Mutileder para que se casasen. Pero luego consideraron que esto sería peor.
Lo que importa es decir que Mutileder buscó a Adherbal en seguida y no le halló. Pronto supo con rabia que el infatigable marino, sin reposar casi, se había encargado del mando de la flota, que Hiram y Salomón expedían con frecuencia a la India, desde el puerto de Aziongaber en el mar Rojo.
Bastaba ver de refilón a Mutileder para hacerse cargo de que era capaz de deslomar a cualquiera de un garrotazo, si llegaba a descomponerse un poco con la hermosa y cándida Echeloría. Adherbal, como queda dicho, era prudente, pero era obstinado también, emprendedor y ladino. Echeloría no produjo en él una impresión fugaz y ligera, sino profunda y durable.
Esto indujo más a Mutileder a amar con delirio también a Guadé, no sólo porque ella se lo merecía, sino para no ser menos y tomar represalias y desquite.
Desea remediar el mal de vuestra merced, con quien le importa conferenciar en seguida. ¿Quiere vuestra merced seguirme? Mutileder no halló motivo razonable para decir que no, y siguió al pajecillo. Siguiéndole por calles y callejuelas, que atravesaron rápidamente, llegó nuestro héroe protobermejino a una puertecilla falsa y cerrada, en el extremo de un callejón sin salida.
Descollaba entre todos, así por lo rubio como por lo buen mozo y gallardo, el elegante y noble mancebo Mutileder.
Casi se puede asegurar que su único defecto era el de ser pobre. Mutileder, huérfano de padre y madre, no tenía predios urbanos ni rústicos, vivía como de caridad en casa de unos tíos suyos, y en Vesci no sabía en qué emplearse para ganarse la vida. Era un señor, como vulgarmente se dice, sin oficio ni beneficio.
Lo difícil era ver a Echeloría para matarla. Chemed, ocupada en Tiro con sus asuntos, se había consolado de la ausencia de Mutileder, pero le conservaba buena amistad, y le había enviado cartas de recomendación para Adoniram, que era el mayordomo de Salomón, y para otros personajes de la Córte.
Palabra del Dia
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