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Actualizado: 23 de junio de 2025


Luego que Mutileder se hubo serenado, oyó a la dama con la debida atención, y le respondió con concierto. Ella le dijo que se llamaba Chemed, que era viuda y rica y natural de Tiro, que había sabido su dolor, que se interesaba por él, a causa de una súbita e irresistible simpatía, y que anhelaba dar consuelo y remedio a sus males.

Llegó la noche, como queda apuntado, y ya Mutileder se retiraba a su posada, cuando sintió que le tiraban suavemente de la capa por detrás. Volvió el rostro, y vio a un pajecillo egipcio que le dijo: Señor Mutileder, sígame vuestra merced, que hay persona que desea hablarle sobre asuntos que le interesan. ¿Y quién puede ser esa persona? contestó él. Yo, en Málaga, no conozco a nadie.

Con estas cartas y con su hermoso rostro, gentil presencia y gallardo cuerpo, que más que nada le recomendaban, Mutileder pretendió y consiguió sin dificultad entrar en la guardia personal del rey.

Y la admiración y la duda se pintaban en su candoroso y bello semblante. Por último, la dueña tocó a una puerta, que no estaba abierta como las demás que habían dado paso de un salón a otro salón, sino que estaba cerrada. La dueña la abrió un poco, lo suficiente para que cupiese por ella una persona, empujó a Mutileder, le hizo entrar, y quedándose fuera, cerró otra vez la puerta, dejándole solo.

Palabra del Dia

irrascible

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