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Actualizado: 16 de julio de 2025
¡Calumnias, señora! contestó Manos Duras, mirándola fijamente . Pero si usted me lo pide, haré cuantas muertes quiera. Elena se mostró complacida por esta respuesta, y dijo, mirando á Canterac: ¡Qué hombre tan galante... á su modo! No me negará usted que es grato oir tales ofrecimientos. Pero el ingeniero parecía cada vez más irritado por este diálogo familiar de Elena y el cuatrero.
¡Cuánto habría dado el criminal por que cada mirada suya fuera una saeta! Quería despedir muertes por los ojos. Cogió un ladrillo, y apuntando a la por tantos títulos respetabilísima cabeza del apóstol de la Beneficencia oficial, lo disparó con tan funesta puntería, que el buen señor gordo gritó: «¡Carástolis!», y estuvo a punto de caer desvanecido. Testigos respetables dicen que en efecto cayó.
Estoy solo, soy el único miembro que resta de una familia que la miseria, la desventura y muchas muertes prematuras han dispersado o destruido. Sólo me quedan parientes muy lejanos que no habitan en Francia y sabe Dios en dónde están.
Esta consideración me embota los dientes, entorpece las muelas, y entomece las manos, y quita de todo en todo la gana del comer, de manera que pienso dejarme morir de hambre: muerte la más cruel de las muertes.
Muertes que por cierto parecían muy próximas, que ocurrirían probablemente antes de que Sarto y los suyos llegasen a Tarlein. ¿No lo anunciaba así la risa triunfante de Ruperto? Permanecí algunos instantes anonadado, apoyándome contra la puerta.
"Los Oficiales, vecinos y habitantes de esta provincia, ya consideramos á V.S. bastante impuesto del lamentable estado en que la tienen constituida los alborotos, muertes y latrocinios de algunos indios incógnitos, que se han introducido en distintos curatos de esta jurisdiccion, derramando cartas sediciosas, publicando bandos y órdenes, en nombre del principal rebelde, José Gabriel Tupac-Amaru: llegando la avilantez de estos, hasta plantar horcas en el punto de Estarca, para ajusticiar en ellas á todos los que, como fieles vasallos y buenos servidores de nuestro legítimo Soberano, no adhiriesen á las ideas de aquel cabeza de rebelion, que se conoce á primera vista, no son otras que anhelar á la subversion de este reino, y colocarse violentamente en la posesion de él.
Eso es lo que haría, Roberto, si me hallara en tu lugar, y, si estuviera en el lugar de Marta, me echaría a tu cuello riéndome y te diría: «Ven, mendigaré para ti si no tienes pan, te daré mi seno para reposar tu cabeza si no tienes cama, y bañaré tus heridas con mis lágrimas, sufriré mil muertes por ti, dando gracias a Dios, al Señor, de poder hacerlo. ¿Ves, Roberto? ¡así es cómo me represento el amor y no como no sé qué sentimiento mezclado, en el que entra el temor de una suegra y el horror de los intereses atrasados!»
Por muy justa que sea la idea que tiene de la inmortalidad del alma, no por eso se aflige menos el hombre ante el espectáculo de esas muertes frecuentes, de las crisis que á cada momento quiebran la vida. El mar parece hacer gala de ese triunfo. Cada vez que á él nos acercamos, parece decirnos desde el fondo de su inmutabilidad: «Mañana tú dejarás de ser, y yo soy eterno.
Fuera harto mejor mandar que no talasen los morales y olivos de que muchos pobres ciudadanos mesineses se mantenían, sin que cada día los teníamos en arma con las muertes y revueltas que á cada paso se hacían, por venir muchos foragidos del reino de Nápoles y Sicilia, con salvoconducto para servir lo que durase la jornada.
Aquí, pues, los dejemos, descansando Los unos y los otros muy gozosos, El tiempo en regocijos empleando Por los campos y prados deleitosos: A Juan Ortiz volvamos, que penando Está con sus soldados lastimosos: Al que quisiere ser bien informado, Serále en otro canto relatado. En este canto se trata de las crueles y terribles muertes que los indios daban
Palabra del Dia
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