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Actualizado: 16 de julio de 2025


Y habló monótonamente de las propias desgracias, como si recitase una oración, mientras su sonrisa se iba borrando: aquella sonrisa que animaba la fealdad anémica de su rostro con una luz vagorosa de aurora. Seis hermanos suyos habían muerto en una tarde. Pertenecían al mismo batallón, y ella recibía la noticia de las seis muertes al mismo tiempo.

Morsamor se desalentaba al pensar así, no veía plan ni concierto en todas aquellas bizarrías, ni acertaba a traslucir que pudieran tener fin dichoso. Sólo veía horrores, estragos y muertes, y volvía a arrepentirse de haberse remozado y de haber huido del convento. Imputaba luego aquel arrepentimiento suyo a cansancio y a flaqueza de ánimo.

Sobrevino la justicia; ocultose el suceso a mi madre, que fuera impío decirla recién parida que se había quedado viuda y con aquellas apariencias; el mundo no juzga más allá de lo que se ve en la superficie, y todos echaron a la peor parte lo que había acontecido, y díjose, porque así lo creyeron, que mi padre, enamorado de la hermosura de Lisarda, secretamente se había venido de Nápoles, y con Lisarda se veía en secreto, y que tal vez algún otro enamorado, celoso de Lisarda, las dos muertes había hecho.

Los había en el mundo también. ¡Pero qué feos eran, qué horrorosos! ¿Cómo podía ser que tanto deleitasen aquellas traiciones, aquellas muertes, aquellos rencores en verso y en el teatro? ¡Qué malo era el hombre! ¿Por qué recrearse en aquellas tristezas cuando eran ajenas, si tanto dolían cuando eran propias? ¡Y él, el miserable, hombre indigno, cobarde, estaba filosofando y su honor sin vengar todavía!... ¡Había que empezar, volaba el tiempo!... ¡Otro tormento! ¡el orden de la función, el orden de la trama! ¿Por dónde iba a empezar, qué iba a decir; qué iba a hacer, cómo la mataba a ella, cómo le buscaba a él?».

Porque dando en ellos los infieles Ugaranós y habiendo habido muertes de una y otra parte, se vinieron á San Juan dos parcialidades que hacían veinte familias y llegaron á aquel pueblo á 25 de febrero de 1723. Eran de dos pueblos de Zamucos; del uno llamado Quiripecodes, venía el cacique Sofiáde con dos hermanos suyos, matadores del hermano Alberto y diez familias en que había cincuenta almas.

Y sucedió, que cuando aquella inaudita desgracia sobrevenía, mi madre me daba a luz a esta vida desventurada, que he sufrido y sufro. Al ruido de las espadas acudieron algunos criados; pero cuando llegaron sólo hallaron los dos cuerpos sin vida de mi padre y de Lisarda, y el postigo abierto, por donde claramente, a lo que parecía, el autor o los autores de aquellas muertes habían escapado.

Por la mañana había sentido la misma impresión de felicidad y confianza que Robledo ante la hermosura del día. ¡Daba gusto vivir!... Y de pronto el llamamiento por teléfono, la terrible noticia, la marcha apresurada al domicilio de Fontenoy, el cadáver del banquero tendido en la cama y arrebatado después por los que intervienen en esta clase de muertes para hacer su autopsia.

Yo estoy harto dijo Miguel de Zuheros de guerras y de amores. En extremo me afligen los estragos y las muertes que preceden o suceden a cada victoria y a cada triunfo. Aún ansío laureles, pero han de ser incruentos y pacíficos. ¿Y qué más pacíficos laureles que los que yo alcanzaría, si me embarcase de nuevo, y por mar, navegando siempre hacia oriente, volviese a mi patria?

Llegamos ya al punto mas importante, y en que estriba toda la felicidad de la Provincia; esto es, en reparar el destrozo de ganado que causan los indios en las dilatadas campañas y fronteras de Buenos Aires; en librar á aquellos infieles de tantas muertes, robos y cautiverios; en aprovechar los inmensos campos que de esta capital median al Rio Negro, donde puede dilatarse y fomentarse la cria de ganado, que debe ser otro de los ramos que ha de sostener este establecimiento, y el apoyo de los demas.

Bien se lo merece, porque, al fin, si alguna falta cometió, tuvo en este pícaro mundo su purgatorio. La Condesa estaba casada con el señor más terrible que se ha conocido en nuestros días. Todos le temblaban, empezando por su mujer. Había tenido varios lances de los que llaman de honor, y pesaban tres muertes y varias heridas sobre su conciencia.

Palabra del Dia

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