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Actualizado: 1 de junio de 2025
Alcéla en alto y la mostré á su dueño haciéndole seña de que iba á subir para entregársela. Y sin más dilaciones entro en el portal, subo la escalera y tomo el cordón de la campanilla.... Ya está abierta la puerta. Mi lindo agresor asoma su rostro trigueño, gracioso, lleno de vida y frescura, y extiende sus manos diminutas, en las cuales deposito respetuosamente á la muñeca desmayada.
Su frente se arrugó fuertemente. Mira, déjalo, déjalo... Esperaremos que venga el médico dijo cogiéndola por la muñeca y apartándola suave, pero firmemente. Ventura le miró sorprendida. ¿Por qué? Por nada. Déjalo, déjalo replicó abrochándose de nuevo la camisa y tapándose con la ropa. Venturita se quedó con las tijeras en la mano mirándole fijamente, en actitud confusa.
Estaba, pues, como se ha dicho, de pies sobre Rocinante, metido todo el brazo por el agujero y atado de la muñeca, y al cerrojo de la puerta, con grandísimo temor y cuidado, que si Rocinante se desviaba a un cabo o a otro, había de quedar colgado del brazo; y así, no osaba hacer movimiento alguno, puesto que de la paciencia y quietud de Rocinante bien se podía esperar que estaría sin moverse un siglo entero.
La mamá de la señorita, con dulce melancolía, la recoge y la guarda en un mueble tradicional. La señorita no hace caso de su muñeca: le parece un objeto antediluviano, pues aunque el tiempo pasado es poco, la trasformación es tanta que todo lo de ayer ha adquirido carácter remoto. Ya vendrá un día en que vuelva sus ojos, acaso tristes, acaso llorosos, a la muñeca que alborozó sus horas infantiles.
No; iba á ver á mi pequeño, á mi Jorge, primero en Londres, después en Nueva York, siempre en grandes ciudades. Podía vivir con él, jugar á ser mamá con una muñeca viviente que cada vez se hacía más grande... ¡más grande! ¿Te acuerdas de la noche en que te invité á comer? Acababa de regresar de uno de estos viajes, y sin embargo, haz memoria de las tonterías que dije.
Su gracia y su hermosura, realzadas por la gravedad de los semblantes; la coquetería de sus movimientos al volver las hojas de los libros llenos de cifras y blasones; el modo de liarse a la muñeca los rosarios que parecían joyas; el inclinar la cabeza sobre el pecho anheloso, mirándose de reojo los pliegues de la falda; alguna tosecilla rebelde, rastro de los escotes del invierno, y alguna sonrisa cautelosa dirigida hacia las laterales de la nave, todo delataba una devoción superficial, elegante, frívola y mezquina; piedad exenta de grandeza, manchada de reminiscencias mundanales.
Quiso probar sus fuerzas y darse a sí misma una prueba de que estaba mejor. El móvil inmediato fué llevar a su nieta Cecilita una muñeca, cuyo vestido desgarrado le acababa de coser la doncella. Los peldaños se le hicieron muy altos. Al llegar a la mitad tuvo que detenerse a tomar aliento. Cuando llegó al piso, dijo en la voz más alta que pudo: Cecilita, hija mía, ¿dónde estás?
Vete, pues, pórtate bien y no me fastidies ya dijo Lady Clara recordando el motivo de su visita. Espera, ¿a dónde vas? añadió mientras la niña, arrastrando tras de sí su larga muñeca agarrada por una pierna, se disponía a subir la escalera. Me voy arriba a jugar y ser buena y no fastidiar a mamá.
Las mujeres usan el mismo traje que las igorrotas, con la única diferencia de ser de color blanco, así como el de los hombres, muy aseado, y bordadas las orillas de colores cuando están de gala; desde la muñeca al codo se atan unos anchos brazaletes de abalorios de colores, tan apretados, que les suele producir inflamación en el brazo y la mano.
No me extraña que se le ponga ese nudo.... Soy yo y lo tengo también.... Día y noche estoy cavilando en sus males, señorita.... Cuando vi aquella señal.... La lastimadura en la muñeca.... Por primera vez durante la conversación se encendió el descolorido rostro de Nucha, y sus ojos se velaron, cubriéndolos la caída de las pestañas. No respondió directamente.
Palabra del Dia
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