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Actualizado: 6 de junio de 2025
Pues dicen que Olvidito está supeditada a la voluntad de don Fermín; que no se casa ni se casará porque él quiere hacerla monja, y que don Manuel autoriza esto, y.... Y yo juro que es verdad, señor don Álvaro gritó Foja. ¿Pero cree usted, también que el Magistral haga el amor a la niña? Eso es lo que yo no sé. Ni lo otro dijo Ronzal.
El Comendador oía con interés á su sobrina, y no ponía en la conversación ni una exclamación siquiera. Parecía que se había quedado mudo ó que no sabía qué decir. Clara prosiguió Lucía, ahora que cree pecado amar á D. Carlos, y que no halla posible oponerse á la voluntad de su madre, piensa á veces en ser monja; pero ni este deseo se atreve á confiar á su madre.
No, señor, no me ofende usted. Adelante. Por que, no teniendo vocación, se ha hecho usted monja. ¡Oh! Eso es largo de explicar dijo poniéndose repentinamente seria. Además, esas cosas sólo se pueden decir a personas de mucha confianza... y usted es un amigo de ayer. ¿Cómo de ayer? Bueno, de anteayer... es igual.
Ella ama: estoy seguro de ello: y ama con toda la vehemencia, con toda la firmeza de su alma: una de dos, o la persona a quien ama no repara en ella, o no pertenece a esta vida. Amparo... acaba de decírmelo hoy por la mañana, está resuelta a meterse en un convento, y me ha mandado practicar las primeras diligencias. ¡Oh! No, de ningún modo, exclamé. ¡Monja! ¡Monja Amparo! No puede ser.
En la sala de escuela había dos o tres grupos de mujeres sentadas en los bancos, con la cabeza y el busto descansando sobre las mesas. Algunas roncaban con estrépito. La monja se había dormido también con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta.
La portera y la otra monja no la pudieron contener, y Guillermina salió al patio por la puerta que lo comunica con el vestíbulo. «Guillermina gritó Sor Natividad desde arriba , no salgas... Cuidado... mira que es una fiera... Ahí tienes, ahí tienes la alhaja que tú nos has traído... Retírate por Dios, mira que está loca y no repara... Hazme el favor de llamar a una pareja de Orden Público».
Nuestra moral tiene callos en las manos. No son, como las de la monja, blancas, suaves, con palidez de nácar, cruzadas sobre el pecho, mientras, los ojos en alto buscan á Dios.
Por este motivo nada le llamó la atención; por eso no supo que nunca sus bellos ojos habían tenido un resplandor tan vivo, ni que jamás voz de monja alguna entonó salmodias con tan melodioso timbre como el de la voz de Paula al decir: "¿Usted creyó que no almorzaría hoy?"
Marquesa me ha dado este ramo de flores y esta carta dije, introduciendo ambas cosas para que las tomara Inés. ¡Ah, el ramo para el Santo Niño de la Enfermería! dijo la monja vieja . La señora Condesa no se olvida de nosotras. También me ha dado un recado de palabra para la Srta. Inés continué , y es que se prepare a salir del convento para partir con ella a Madrid dentro de algunos días.
Á lo que viene V. es á insultarme. ¿Mato yo acaso á Clara? Lejos de mí el propósito de insultar á V. Sin querer, podría V. acaso matar á Clara, y esto es lo que vengo á evitar. Para ello estoy resuelto á apelar á todos los medios. ¿Me amenaza V.? No amenazo. Declaro mi pensamiento sin rebozo. ¿Y qué me toca hacer, según V., para evitar que Clara muera? Disuadirla de que sea monja.
Palabra del Dia
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