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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Doña Blanca se incorporó en la cama; miró con ojos extraviados á Lucía y á Clara y al fraile, y habló de esta manera: ¡Vete, Valentín! ¿Por qué quieres matarme con tu presencia? Mátame con un puñal... con una pistola.
El P. Fernandez, apesar de sus principios liberales, levantó la cabeza y miró lleno de sorpresa á Isagani. Era aquel joven más independiente aun de lo que él se creía; aunque le llamaba catedrático, en el fondo le trataba de igual á igual, puesto que se permitía insinuaciones. Como buen diplomático, el P. Fernandez no solo aceptó el hecho, sino que él mismo lo planteó.
La señorita de la guitarra paró un instante la música; pero D. Diego la miró de modo tan terrible, que ella tuvo miedo de que la hiciese tocar como quería hacer bailar á su hijo, y siguió tocando el bolero. Don Fadrique, después de recibir ocho ó diez latigazos, bailó lo mejor que supo.
Miró Fernando por entre las cortinillas, y sólo vio un mar azul y tranquilo: las aguas unidas y luminosas de una bahía en calma. La tierra estaba al otro costado del buque.
Todos vivimos con arreglo a lo que dijo Moisés, a lo que dijo Buda, Jesús, Mahoma u otros pastores de hombres, cuando lo natural y lo lógico sería vivir con arreglo a lo que pensamos y sentimos nosotros mismos. Jaime miró detrás de él, como si sus ojos quisieran buscar en el interior de la casa la dulce figura de Margalida.
¡Eres mujer perdida! dijo con voz ronca. Al sonido de la voz del tío Manolillo, Dorotea dejó de mirar á la puerta, y miró al bufón. La ansiosa, la profunda mirada de éste, la estremeció. Sí, soy una mujer despreciable dijo contestando á las palabras del bufón. No; no he querido decir eso dijo el tío Manolillo . Quiero decir que te has perdido.
Leídas que fueron las solemnes palabras de San Pablo, Bindoy miró de reojo á Nínay, el cura bendijo la unión de ambos, y todos contentos y satisfechos regresaron á la casa de la desposada, en la que el pobre marido, antes de entrar en posesión de su mujer, tiene que sufrir nueve ¡nueve! interminables días, por supuesto con sus correspondientes noches de baile, cutang-cutang, coquillo y demás agasajos que para el pobre Bindoy son otras tantas mortificaciones.
Dejó ésta escapar otro gemido. Su madrina se volvió con mal reprimida cólera. ¿Quieres callar, eh? ¿quieres callarte? Y la miró un buen rato con extraordinaria fijeza. Volvió a anudar la plática, pero en su voz se notaba leve alteración. Micaela estaba más y más distraída.
Unas veces sí y otras veces no. ¿En este momento lo tienes? ¡Ah, qué curiosilla eres! exclamó volviendo hacia ella su cara sonriente . No; en este momento, no. ¿Por qué? Porque si el mar nos tragase, moriríamos los dos juntos, y yendo en tan amable compañía, ¡qué me importa dejar este mundo! La niña le miró un rato fijamente.
La condesa lo miró un momento en silencio, como aturdida por la noticia. ¿Huyó? ¿El aya ha huído durante la noche del castillo? murmuró . ¿Por qué? ¿Qué queréis decir? Se aproximó a Mathys con expresión de cólera contenida y preguntó con voz severa: Ha huído con nuestro secreto, ¿habéis dicho, señor? ¿Qué significa esto? ¿Habéis sido lo bastante indiscreto para confiárselo?
Palabra del Dia
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