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Actualizado: 22 de julio de 2025


¡Mucho más de lo que puedas figurarte! Mira mi semblante, Clara, mira mi cuerpo deshecho; acuérdate de aquella Elena que jugaba y corría contigo en el Sotillo cuya alegría decíais que era comunicativa, acuérdate de aquella mujercita mimosa de quien tanto os burlabais que os hacía rabiar y os hacía reír a un mismo tiempo. ¡Mírala ahora bien rota, bien hundida en el fango!

Soledad se hará mansa como una gatita mimosa y te querrá como á las niñas de sus ojos... El majo, que los recordó en aquel momento ¡tan negros, tan brillantes! sintió un estremecimiento de dicha y en un rapto de entusiasmo abrazó á la maga y quiso darle uno de los anillos que llevaba en los dedos; pero no aceptó el regalo; estaba contenta con descubrirle su buenaventura.

La voz de la institutriz, irritada en aquel momento, no dejaba de tener inflexiones dulces, aunque extrañas. Su acento era marcadamente extranjero. Me apieta, mamá, me apieta, repitió á grito pelado la niña, con creciente angustia. Cállese usted, mimosa, exclama el aya, cogiéndola por el brazo y sacudiéndola fuertemente.

No prosigas, Agapita querida dijo el enfermo con voz meliflua, débil, mimosa . Ya lo que pides. Que confiese. Está bien, hija mía. ¿Cómo ha de ser? Hace días que esperaba este momento. El señor de Somoza es tan angelical que no quería darme un susto; pero yo conocía que esto iba mal. He pensado mucho en vosotras, en la necesidad de complaceros.

Circunscribiéndose a la época en que vive, no repara en diferencias sociales: siendo limpia y bonita, requiebra con igual placer a una menestrala que a una dama, y posee arte tan exquisito para lograrlas, que la más arisca y desabrida se convierte con sus halagos en complaciente y mimosa, infiltrándoles a todas en el alma, como veneno que voluntariamente saborean, aquel consejo de la Celestina: «Gozad vuestras frescas mocedades; que quien tiempo tiene y mejor le espera, tiempo viene que se arrepiente

Lo que inquietaba algo a Juanito, en medio de su felicidad, eran las atenciones que con él tenía su mamá, las miradas cariñosas, los «¡hijo míodichos en un tono halagador, con la suavidad mimosa de una caricia. ¡Malo, malo!

¡Tío...! ¡Don Gabriel...! decía con voz mimosa . Entren ustedes; dentro de casa estarán mejor; miren que, aunque hace sol, la tarde es fría. Pero el tío no prestaba atención a estas palabras y seguía paseando por el lado del claustro bañado por el sol, hablando campanudamente de su tema favorito: de la pobreza presente de la catedral y su grandeza en otros tiempos.

De los despojos aparentes apenas queda alguno útil que los buenos frailes no se lleven á su monasterio: cargan con cuantos capiteles y fustes de mármol yacen sobre aquella vasta sepultura de grandezas; llévanse cuanta piedra les parece acomodada á la construccion de su templo, de su claustro, de su capítulo, trazados segun el florido sistema ojival terciario; llévanse por fin hasta un cervatillo y una cierva de bronce hueco hallados entre los escombros, que quizás en otro tiempo habian deleitado en alguna fuente del palacio de Azzahra los ojos de su mimosa dueña, y acomodan uno de ellos á un pilon del claustro del santo cenobio.

Bajo los rasgos de lápiz azulado con que se agrandaba los ojos brillaba perpetua humedad de lágrimas. ¿Qué habría en su alma? ¿Laxitud de pecadora cansada o nostalgia de castidad atropellada? ¿Marcela? Guapísima, juguetona, sensual, elegante, mimosa y zalamera hasta el punto de aparentar que se entregaba ilusionada; pero... la codicia en persona.

Pero bien pronto aquella ternura mimosa, o más bien pueril pasividad de que antes hablé, le inspiró confianzas que nunca había tenido. «No es preciso, hijita, que traigas el cajoncillo. Toma la llave y saca lo que te parezca prudente». La señora así lo hacía.

Palabra del Dia

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