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Actualizado: 2 de junio de 2025


Ya sabía Morsamor por el fámulo que el señor Sankarachária era el escritor más notable que había entonces en el Cenobio y en toda aquella República. Los libros que había compuesto y que componía, eran epítomes o brevísimos compendios, en estilo llano, para poner al alcance del vulgo los más útiles conocimientos.

A todo esto, Morsamor y los suyos notaban con extrañeza que no aparecía nadie y que el Cenobio estaba como desierto. Adivinó el fámulo lo que pensaban y aclaró el caso de este modo: No quiero que andéis maravillados y suspensos al ver esta mansión desierta. En ella no hay en este momento sino otros pocos fámulos como yo, retirados sin duda, cada uno en su celda. Los señores han salido todos.

No hay progreso, sino perversión, desde el himno compuesto hace más de tres mil años, que venían cantando los mahatmas, cuando los vi volver al Cenobio, hasta las doctrinas que me expuso luego Sankarachária y que implican la negación de Dios, el concepto de que el mundo casi es ilusión y fantasmagoría, y la mal velada afirmación de que la conciencia nace de lo que no tiene conciencia, la voluntad del ciego prurito de los átomos, y de sus desordenadas evoluciones el entendimiento y las leyes a que el entendimiento sujeta así lo exterior y visible como lo más hondo e íntimo del alma.

¡Cuántos recuerdos encierran estas ásperas cordilleras! Una de ellas, la mas oriental, lleva en su mas avanzado estribo el famoso convento de S. Francisco del Monte, que el caballero cordobés D. Martin Fernandez de Andújar fundó á peticion de D. Enrique III y de la reina D.ª Catalina cabe las ruinas del antiguo cenobio Armilatense.

El día en que los cumple, es el día de su jubilación y él se retira a este Cenobio y pasa de la vida activa a la vida contemplativa. Así, el fámulo iba enterando de todo a Morsamor y a su tropa. Y gracias a la sugestión, no sólo les daba noticias, sino que también les inspira sanos, juiciosos y vehementes deseos.

Cuatro mil años, sobre poco más o menos, hacía ya que los habitantes de aquel país vivían apartados de la mayoría del humano linaje, formando una República pacífica y próspera, cuyo único gobierno era el consejo de los señores del Cenobio o sea de los mahatmas. Sankarachária explicaba de modo harto singular el origen de aquella República.

Como ya estaban todos sugestionados por el fámulo, aunque la inscripción estaba en sánscrito, la leyeron y entendieron, como si estuviese en portugués o en castellano. La inscripción decía: Cenobio de la jubilación varonil. El fámulo aclaró el concepto de esta suerte: Los señores que aquí viven, son los señores más sabios que hay en el mundo.

El Recordatorio galante contestó el viejo consiste en la costumbre que tienen los señores de ir una vez por semana al cercano Cenobio de la jubilación femenina, donde las señoras ancianas, dulces compañeras de su mocedad, los reciben de visita, los agasajan con un delicado banquete, recuerdan con ellos los juveniles gozos y hasta cantan y bailan y huelgan y se entretienen, si bien con la majestad, el entono y el sereno juicio que importan en la edad madura.

Paseando por los alrededores del Cenobio y admirando los vergeles que le circundaban, estuvieron Morsamor y su gente hasta que pasaron las horas del Recordatorio y volvieron al Cenobio los señores ancianos. Cosa de encanto les pareció el verlos venir. Con pausa solemne venían en dos hileras, como dos centenares de venerables viejos, vestidos de largas, flotantes y cándidas vestiduras.

Todos los forasteros, por consiguiente, aunque estaban muy agasajados en el Cenobio y tratados a qué quieres boca, se aburrían de muerte y ansiaban salir de allí para gozar de plena libertad aunque tuviesen que sufrir trabajos. El mismo Morsamor empezaba a cansarse. Dispuso su partida, pero antes de despedirse de Sankarachária, le hizo una última pregunta y le pidió un favor.

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