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Actualizado: 28 de julio de 2025


Si, merced á la solicitud del prócer ilustre, consigo realizar este negocio, me servirá de estímulo para proseguir por el fatigoso camino de las letras, que si tiene toda clase de espinas y zarzales en su largo trayecto, también nos conduce, como sin querer, á la holgura, á la satisfacción y á la gloria. Madrid, Septiembre de 1872. Pacorrito Migajas era un gran personaje.

Aún quedaba á Pacorrito su hermana, pero ésta, abandonando su plaza en la Fábrica de Tabacos, corrió á Sevilla en amoroso seguimiento de un cabo de Artillería, y esta es la hora en que no ha vuelto. Estaba, pues, Migajas solo en el mundo, sin más familia que él mismo, sin más amparo que el de Dios, ni otro guía que su propia voluntad.

Cuando esto decía, el señor de Bismarck miraba á Pacorrito con expresión de burla tan picante y maligna, que nuestro insigne héroe se llenó de coraje. En el mismo instante, el tuno del Canciller disparó una bolita de pan con tanta puntería, que por poco deja ciego á Migajas. Pero éste, como era tan prudente y el prototipo de la circunspección, calló y disimuló.

Una noche, en el momento en que el rezo iba á principiar, Clara tenía abierto el costurero, y fingiendo arreglar dentro de él alguna cosa, se ocupaba en abrirle la boca al pajarito y meterle á la fuerza unas migajas de pan que había guardado en el bolsillo, cuando de repente alzó el vuelo el animal, revoloteó por la habitación con el hilo atado en la pata, y fué á pararse ¿dónde creeréis? en la misma cabeza de doña Angustias, que al verse profanada de aquel modo, tomó tal cólera, que el asma le ahogó la voz y estuvo gesticulando en silencio diez minutos, roja como un tomate.

Solía decir a su discípulo: Pregunta, pregunta, hijo mío, que no he de ser yo quien te esconda lo poco que he cosechado en los libros; pero no olvides que de nada te han de valer en Purgatorio estas migajas de ciencia que nos dejaron los sabios cristianos y gentiles. Buscaba siempre inculcarle el desprecio del mundo, y poseía para ello, como pocos, la elocuencia del ascetismo.

A una exaltación sentimental sucedía un marasmo del espíritu que causaba atonía moral; la horrorizaba pensar que en tales días eran indiferentes para ella virtud y crimen, pena y gloria, bien y mal. «Dios, como decía ella, se le hacía migajas en el cerebro y entonces sentía un abandono ambiente y una flaqueza de la voluntad que la atormentaban y producían pánico; el extremo de la tortura era el desprecio de la lógica, la duda de las leyes del pensamiento y de la palabra, y por último el desvanecimiento de la conciencia de su unidad; creía la Regenta que sus facultades morales se separaban, que dentro de ella ya no había nadie que fuese ella, Ana, principal y genuinamente... y tras esto el vértigo, el terror, que traía la reacción con gritos y pasmos periféricos».

El reciente tertuliano rindió pleito homenaje a la planchadora, y comenzó a visitarla con asiduidad. ¡Ah miserable Miguel! En un instante perdió hasta las pocas migajas de favor que le quedaban. El chico gordo quedó alzado sobre el pavés a los pocos días y proclamado favorito exclusivo, dueño absoluto del cuarto de la plancha y sus alrededores.

El príncipe les dió unos cuantos billetes y siguió adelante, mientras ellas corrían á jugar este dinero, después de agradecer el regalo con una sonrisa de calavera, último resto de la gracia profesional. Pronto dejó de fijarse en todos los parásitos que vivían pegados á los engranajes de la formidable máquina, nutriéndose con las migajas de su trituración.

Porque era rico, había querido atropellarle, tratándolo como á un siervo de sus lejanas tierras... Todo lo mejor de la vida había sido para él, ¡y aún pretendía apoderarse de las migajas perdidas que tocan á los infelices!... Ignoraba cómo se mata á un hombre en estos combates reglamentados; pero deseaba matar, y sentía la absoluta confianza en mismo que le había empujado allá en las trincheras en los días más crueles de peligro y de éxito.

Para mantener al pobre en la esclavitud, esperando unas migajas que acallaban su hambre por un momento y prolongaban su servidumbre. La caridad era el egoísmo disfrazándose de virtud; el sacrificio de una pequeñísima parte de lo superfluo repartida a capricho. Caridad, no: ¡justicia! ¡a cada cual lo suyo!

Palabra del Dia

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