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Así es la verdad... Me las envió por una persona segura. ¿Puedo saber el nombre de esa persona? ¿Para qué?... Eso importa poco... Me importa mucho, al contrario, saber quién ha intervenido en un episodio tan lamentable para . Pues bien, puede usted preguntarla y sabrá que no miento: es Elena Lacante. ¡Elena! No pude contener un grito.

Dejo el sueldo sobre el mostrador, y oigo merci. Me despido, y oigo merci. Los lectores que no me conozcan, creerán que exagero. No diré que esto suceda en todas las tiendas de Paris, pero refiero hechos que me han sucedido, y acerca de los cuales tengo la evidencia de lo que sucede á uno propio. Dios no me salud si miento.

El viejo está a tus órdenes. Te llaman Jacob, y no obstante tu nombre es Plock, ¿no es cierto, anciano? Es verdad. Que el ángel me toque con el dedo si yo miento. Bien, señor Plock; ¿tiene usted unos almacenes cuya entrada da a la playa, cerca de la ensenada de Betim'Sah? Es verdad. Que el ángel me toque con el dedo si yo miento.

Usted miente, señora dijo un hombre alto, que parecía ser persona del toreo, á juzgar por su vestido y el rabicoleto que tenía en la nuca. Usted miente: esta señora no ha salido de casa de la pupilera, ni del número 16; venía de más abajo. ¡Miren ese pelele! gritó la mujer. ¿Poz no dice que yo miento? Usted miente, señora.

Si esto ha sido por orden del rey nigromante de vuestro padre, temeroso que yo no os diese la necesaria y debida ayuda, digo que no supo ni sabe de la misa la media, y que fue poco versado en las historias caballerescas, porque si él las hubiera leído y pasado tan atentamente y con tanto espacio como yo las pasé y leí, hallara a cada paso cómo otros caballeros de menor fama que la mía habían acabado cosas más dificultosas, no siéndolo mucho matar a un gigantillo, por arrogante que sea; porque no ha muchas horas que yo me vi con él, y... quiero callar, porque no me digan que miento; pero el tiempo, descubridor de todas las cosas, lo dirá cuando menos lo pensemos.

No miento, Catalina, no miento; yo te amo, yo te adoro, yo te venero... ¡Dios lo sabe! Y Quevedo no mentía. Amaba con toda su alma á la condesa. Pero amaba más á su ambición. Su ambición estaba personificada en el duque de Osuna, y Quevedo servía al duque en cuerpo y alma.

Poco a poco, señor canónigo, yo no soy barullero, ni miento, ni soy obscurantista, ni admito ancas de nadie y menos de un cura.

No, señor. Entonces... Pero ya lo conozco. ¡Cómo! Es muy sencillo. ¿Estás seguro de que lo has visto? exclamó el Capitán general con un interés que se sobrepuso á sus dudas. El gitano se echó á reir, y respondió: ¡Es claro! Su merced dirá: este gitano es como todos, y quiere engañarme. ¡No me perdone Dios si miento! Ayer vi á Parrón.

«Un distinguido escritor decía yo en El Sol se queja de que los españoles hayamos adoptado la costumbre inglesa de ponerle una hache al te.» A esto contesta el Sr. Salaverría afirmando que yo miento, porque él no ha dicho nunca que los españoles hubiésemos adoptado semejante costumbre. Y he aquí por dónde vengo a enterarme de que el Sr. Salaverría lo ha dicho. Yo no he nombrado al Sr.

Que San Pablo me haga perecer la primera vez que salga al mar, si no es verdad que hace dos horas he visto la tartana del condenado fondeada a un tiro de fusil de Conil; y es tan verdad, señores, que he encontrado cerca de Vejer un destacamento de aduaneros que se dirigían apresuradamente a la costa, guiados por Blasillo, el hijo de Blas, que había ido a prevenirle; yo no quiero contradecir a la señora Isabel, ¡pero que Dios me aplaste si miento!